CHAPTER TWELVE

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Eddie VI

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Eddie VI.

Quizá la parte más tediosa de sus excitantes campañas de "Dungeons and Dragons" era recoger el desastre. Cuando las victorias a su favor eran satisfactorias, nada le divertía más que presumir sus habilidades como el maestro del calabozo entre abucheos y berridos mientras apilaba las sillas plegables en una esquina del aula recreativa.

Eddie dirigió su mirada a las bancas a tan solo unos metros, apreciándola darle vuelta a la página de su revista, dedicándose una sonrisa mutua el uno al otro. Casi de manera instantánea sintió su estómago revolverse de las náuseas, desviando el rostro directo al suelo, inclinándose a recoger los dados que habían caído por la orilla de la mesa en medio de la partida debido a la excesiva energía de la noche.

Eddie.

Alzó el mentón más rápido de lo que su cuello tardó en flexionar, atendiendo al susurro implícito de Jeff, quien doblaba el tablero de plástico con cierto aire de derrota en su persona.

—¿Qué? —Arrugó la boca, confundido por el innecesario siseo exigiéndole algún tipo de discreción.

Por el gesto silencioso en dirección a la intrusa en la habitación, no tuvo otra opción que escuchar los quejidos de sus amigos.

—¿Por qué trajiste a una chica aquí? —Fue turno de Mike para recriminar en voz alta, despreocupándose por ser oído o no. Al contrario, parecía tener toda la intención de incomodarla.

Skylar se encontraba tan ensimismada leyendo la sección de horóscopos–pues ella había preguntado por el suyo minutos antes–, utilizando sus audífonos a la espera de que el reloj marcara el inicio de su horario para estudios, que poco o nada podía interpretar de la charla ajena.

Rebatió a la defensiva— ¿Tienes algún problema con ella? Puedo pedirle que se largue ahora. ¡Oye, Sky! —Se puso ambas manos a cada costado de la boca para exclamar alto, exaltando a sus compañeros de campaña.

—¡No! Mike no quiso decir eso, solo... —Dustin lo frenó cuando estuvo a punto de volver a gritar, obteniendo una expresión exasperante del mayor. Pronto buscó una excusa—. Es extraño porque... —rio nervioso, jugando con sus manos— creíamos que las niñas estaban prohibidas en el club, ¿no es cierto?

El silencio colectivo del grupo lo forzó a girar sobre sus talones, cruzándose de brazos al pecho, aguardando por el valiente que pretendiera afirmar aquel argumento.

—Oh, ¿de verdad? —Eddie soltó una risa nada agradable, rascándose la barbilla en un afán por parecer más relajado. Los recorrió uno por uno—. ¿Y quién fue el tonto que propuso esa brillante idea?

Los muchachos se miraron entre sí, algo desconcertados.

—Fuiste tú —le respondió Lucas por primera vez, arrugando la cara.

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