CHAPTER TEN

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Eddie XXV

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Eddie XXV.

Durante el largo e interminable trayecto por el bosque, dirigido por Dustin y su brújula defectuosa–tras una insufrible discusión en la Roca Calavera de como esta iba a guiarlos hasta una especie de portal–, la noche les había caído encima en solo un par de horas y Eddie podía jurar con toda seguridad que Skylar y Robin estaban hablando a sus espaldas. Le zumbaban los oídos.

Aunque esto también podría deberse a su más reciente chapuzón en el lago Lovers pero no quería arriesgarse.

Les dedicó a ambas una mirada de soslayo entre la luz de las linternas; cuando creyó que nada era peor que encontrar a su chica ansiosa en medio de una plática incómoda, la vio riéndose suavemente a un lado de su compañera de artes y–oh, vaya sorpresa–el gracioso rey de la preparatoria Hawkins, Steve Harrington.

«Vamos, viejo, solo me descuidé treinta minutos. Dame un descanso». Habrían sido las palabras en concreto que le habría echado en cara de tener el coraje necesario. No le gustaban las miraditas pretenciosas que le dedicaba a Sky aún si era muy pronto para hacer suposiciones.

Negó para sí mismo, apretando los labios y caminando justo a un metro detrás del chiquillo de gorra, quien parloteaba solo acerca de su brillante hipótesis.

—No te preocupes, Eddie. —La voz distraída de su compañero de club irrumpió en sus caóticas cavilaciones, mirando a sus espaldas y encogiéndose despreocupadamente—. Ella no está interesada —afirmó como si fuera algo absurdamente obvio.

—¿De qué hablas? No estoy... —exhaló, imitándole al observarlos por encima del hombro, riéndose entre dientes—. Nosotros estamos bien.

Exclamó entusiasta— ¿Ya regresaron?

—¿Qué? Nunca rompimos, hermano —se mofó, dándole un manotazo en la nuca y ajustándose los vaqueros después de marchar por otros diez metros.

La ropa ajustada para metaleros no era adecuada para acampar, eso era un hecho.

A pesar de escuchar las voces conjuntas de los dos animosos amigos, realmente no podía decir que su chica estaba participando activamente en la charla. Y, o su voz era terriblemente baja o solo se reía ocasionalmente, como en automático.

Sí, en definitiva Sky no podía estar en su zona si solo fingía ser una persona social.

—Sabía que dejarlos a solas era una buena idea —celebró el cerebrito del grupo, cambiando ligeramente de dirección, siguiendo la flecha del artefacto—. Steve no paraba de decir que era un pésimo plan, se pone raro cada vez que ve a una chica arriba del cinco.

Arrugó la nariz, desconcertado. —¿Del cinco?

—Oh, sí. —Torció una mueca como si acabara de arruinar un gran secreto. Aligeró un poco el ambiente, apresurándose a alejarse del grupo a pasos rápidos—. Como sea, se comporta como un tonto pero Sky está fuera de su alcance —soltó una carcajada infantil, apuntando el trío de atrás con el pulgar.

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