CHAPTER TWO

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Eddie XXI

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Eddie XXI.

Continuaba temblando como un niño asustado. Honestamente, ya no sabía si tiritaba de miedo, de frío o de hambre, ni siquiera podía recordar su último bocado de comida real, ni como se sentía la calma.

Y cuando los haces de luz colándose por los agujeros en los muros de latón por encima de las penumbras del exterior, acompañadas por el siseo incesante de voces hablando al mismo tiempo, lo tomaron desprevenido en su propia marea de confusas cavilaciones, botó las envolturas de bocadillos en la mesa, corrió como un desquiciado hacia la canoa colgando en el centro de la cabaña y se escondió bajo las lonas de plástico. No supo en qué momento había tomado firmemente la botella de cerveza estrellada entre sus sudorosas manos, controlando el flujo de su respiración en un intento por conservar el silencio.

Eddie no poseía madera de prófugo, Jesucristo, ¡solo tenía un día en la casa del lago! ¿Era tan fácil de rastrear?

Los múltiples pasos hicieron crujir el tapizado de hojas secas en su dirección, forzándolo a cerrar los párpados en una muestra de gélido pánico paralizándole las extremidades.

«Mierda, es la policía. Tiene que serlo. Mierda».

Oyó el rechinar de la puerta abriéndose lenta y tenebrosamente. Juró en nombre de todo el metal pesado del mundo que la sangre corriéndole por los oídos apenas le permitía escuchar una fracción de lo que decían los intrusos, estaba demasiado nervioso.

La mala suerte debió reírse en su cara porque, a pesar de sus súplicas mudas a un poder superior, los desconocidos entraron uno por uno.

Apretó los puños, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para no rebanarse a sí mismo el cuello y salir de ese lío. Justo cuando creyó que las cosas no podían ponerse peor para él, un golpe junto a sus pies casi lo hace sobresaltar de la impresión, aguantando un quejido natural después de recibir un segundo impacto similar en el tobillo. Lo que en ese momento no parecía representar la valentía de un oficial de la ley promedio.

—¿Qué estás haciendo?

Logró distinguirlo, conocía esa voz nasal e infantil.

Solo no tenía sentido que Dustin Henderson realmente estuviese ahí, a mitad de la nada, durante la noche con un grupo de policías en la choza de su queridísimo amigo Rick. Es decir, era un niño.

¿Por qué...?

Quien fuera el imbécil apaleando la funda que utilizaba para cubrirse, se estaba burlando de su paciencia, no iba a esperar a que un puto demente uniformado le saltara encima o, peor, un ciudadano modelo haciendo la caridad de la semana estuviese a punto de descubrirle para darle una paliza monumental y, después, entregarlo a las autoridades.

No, señor, eso no iba a suceder.

Tan pronto como dejó de sentir los golpes, se aseguró de tener un buen agarre en el filo de su arma improvisada, aprovechando la distracción momentánea a su favor para lanzarse contra él, empujándolo precipitadamente hasta chocar contra una de las paredes, presionando el vidrio en su yugular. El sonido aparatoso de las vigas congeló a todos en su sitio.

ABBA GIRL!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora