Eddie Munson necesita asesorías para graduarse y dejar atrás la preparatoria pero Skylar Reed no es, en lo absoluto, la idea de tutora que tenía en mente.
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Skylar & Eddie I.
La cabeza iba a estallarle de la presión, la cuerda hecha de sábanas cayó por la mitad entre sus brazos y alzó la mirada al portal, horrorizada.
—No lo hagas, no, no. ¡Eddie!
A diferencia del jovencito, Skylar no pudo hacer más que enmudecer por completo, incapaz de comprender aquella mirada en el rostro al otro extremo del hueco. Eddie realmente había acabado con la única salida segura, retirando el colchón de su camino.
Podía sentir algo pesado y doloroso atorado en su garganta, palabras enredándose hasta convertirse en un denso nudo de confusión. Negó con la cabeza tontamente, esperando a que fuera una mala broma o una clase de juego cruel. Su corazón le bombeó de manera brutal contra el pecho, quedándose sin aliento para exigirle una explicación cuando la figura del muchacho desapareció de su vista.
Los oídos comenzaron a zumbarle mientras Dustin continuaba gritando a la nada— ¡¿Qué haces?! ¡Eddie!
Como si alguien hubiese despejado el paso sellado de sus labios, abrió la boca, inhalando tanto aire tan rápido que creyó sufrir de una crisis nerviosa en ese momento, lo que no estaba lejos de la realidad. El nudo de sábanas en sus manos cayó al suelo y jugó con sus manos hasta trocar cada nudillo, buscando un punto fijo que le ayudara a estabilizar su repentina agitación. El niño no era una opción, estaba más alterado que ella y la ponía ansiosa con su derroche de energía.
Sus ojos aterrizaron en la misma silla del comedor, luego miró la abertura en el techo y admiró lo cerca que estaba de su alcance en perspectiva. Se precipitó a mover el colchón del suelo, jadeando y arrastrando el asiento, dedicándole una expresión de soslayo al adolescente.
No supo exactamente como decirlo pero lo intentó. —Quédate aquí, ¿bien? —soltó de manera escueta.
—¿Qué? ¡No, no! ¡Skylar, espera!
Debió pensarlo un poco más. Apenas notó el cambio de gravedad al saltar en el interior.
No logró deducir por donde recibiría el impacto así que cuando dejó caer todo su peso sobre la mano, supuso que era mejor que partirse la cabeza por accidente.
De haberse frenado a digerir el dolor, habría sido el mismo. Su muñeca se dobló en un ángulo anormal y rodó sobre su espalda, conteniendo un chillido desgarrador al apretar los dientes con fuerza. Era similar a la sensación en sus piernas cuando despertó en la camilla de hospital, profundo e inquietante, como si la mente se le quedara en blanco un minuto entero.
Se agachó a tientas, controlando su respiración para buscar al mayor a su alrededor, descubriendo que él ya no estaba dentro del remolque. Su cuerpo reaccionó más rápido que su cerebro, arrastrándose a gatas hasta la puerta, intentando ponerse de pie y echando un vistazo de regreso al escuchar las súplicas del niño.
