Capítulo dieciocho

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  El pánico y miedo la atravesaron, y al morder los dedos de Abel con todas sus fuerzas, Chelsea intentó huir, sin embargo, él chico la sujetó del cabello y la jaló hasta tenerla de espaldas contra su pecho.

—¿Qué haces aquí?, ¿Cómo llegaste?

—No creo que sea de tu incumbencia— respondió ella tratando de salir de la prisión de sus brazos.

—No deberías estar aquí.

—Eso no lo decides tú.

—Es peligroso.

—¿Por qué te preocupas por mí cuando ni siquiera nos conocemos? Te lo repito: tú no decides nada sobre otra persona— afirmó Chelsea dándole un codazo en el estómago.

  Aprovechando el jadeo que él emitió durante un breve segundo, la joven se teletransportó para quedar detrás y hacerle una llave, pero Abel logró adelantarse de forma momentánea: retuvo ambas muñecas suaves y delicadas, creo pedazos de hielos punzantes y, colocando dos en su garganta, la sacudió para obligarla a hablar.

—Me lastimas— susurró la adolescente al sentir algo líquido recorrerle el cuello.

—Cuándo y con quién: sólo quiero saber eso, y nada más.

—No soy una soplona.

—¿Estás segura?— río él olfateando su cabello—. No lo sé, no pareces muy unida a ellos.

—¡Suéltame de una maldita vez!

  Un pellizco en su clavícula la hizo chillar, y moviendo sus hombros, observó una sombra rígida en medio de la pared que cerraba la calle. Su hermano, que hasta entonces no sabía quién era y qué papel ocupaba en la vida de ella y de Lara, la soltó y lanzó un gemido ahogado a la noche: Peter lo elevó unos centímetros del suelo, y no sabiendo qué hacer después de ello, lo estampó contra un poste y lo dejó inconsciente. El post humanoide, que aún no sabía controlar muy bien su habilidad, corrió hacía el desmayado y le tomó el pulso. Al comprobar que estaba vivo, corrió y abrazó a Chelsea como si su vida dependiera de ello.

  Los demás, asustados y sudorosos por haber corrido unas cuantas cuadras, miraban impactados la escena que, por suerte para ellos, no tenía un muerto, pero si algo rojo que se debía limpiar.

—¿Qué pasó?— exigió saber Joen.

—Están aquí: están demasiado cerca para ser verdad— susurró la pelinegra mientras era abrazada por Lara.

—¿Crees que hayan intentado llegar hasta mí?

—Es posible, reina: Samuel no es idiota, él recuerda lo que hizo y quizas buscaba atacarte por medio de tu hermana— argumentó dudoso el soldado morado.

  Thomas, quien revisó si el guerrero de hielo podía respirar, soltó un suspiro de alivió al tener la certidumbre de que viviría.

—Respira, o eso creo. Quien haya logrado dejarlo así, lo admiro.

—Eso sonó algo cruel, Tom.

—Lo sé, pero no lo puedo evitar, Mérida: este tipo por fin recibe una dosis de su propia medicina— afirmó triunfal el soldado de fuego.

—Perfecto. ¿Y ahora qué?, ¿lo dejamos aquí como si nada?— inquirió Julia de brazos cruzados.

—Es un buen plan.

  Alex no alcanzó a esquivar el manotazo de la chica, y haciendo una mueca de dolor mientras se sobaba el brazo, intentó formular un plan que no los perjudicará a ellos ni al que estaba inconsciente:

—En primera, creo que es una buena oportunidad para que analices más a fondo el cerebro de un extraterrestre, y en segunda, se vería muy sospechoso si lo dejamos en este lugar. ¿Por qué no intentamos...?

Luna de Hielo [Saga Moons #2] {➕}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora