Capítulo treinta y dos

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    Un nuevo día había llegado, y junto con él, el despertar de Lara con el estómago exigiendo comida. Sus labios estaban secos, su rostro aún no se recuperaba del todo de las heridas causadas por Berenice y Hana, y aunque deseaba pedir algo para saciar su hambre, no estaba muy segura de que pudieran concedérselo.

    Sus piernas se estiran en busca de alivio, sus muñecas aún permanecen esposadas y su torso, para su sorpresa, es encontraba encadenado por unos grilletes transparentes, lo cual le impedía moverse con la poca libertada que le quedaba. Las ganas de ir al baño la tenían temblando, y luego de suspirar con fuerza, posa su mirada en el sonido de la madera siendo trabajada, y es que en el alfeizar de una de las ventanas, se encontraba un pájaro de pelaje rojo que no descansaba en su principal tarea, que era buscar gusanos en cualquier superficie marrón.

    Sin embargo, un quejido desconocido la distrae de su análisis: al mirar al frente, se encontró con la imagen de Joen, el cual estaba intentando sentarse contra la pared, aun cuando la misma cadena retuviera una parte de su cuerpo. Unos cuantos mechones de su largo cabello se pegaba a sus sienes, sus labios estaban extremadamente secos y, si no estaba equivocada, un ligero mareo lo invadió durante breves instantes. Los minutos pasan y pasan, aunque al final, si consigue descansar contra el otro cuadro descolorido de la habitación. Luego, él también se distrae con la presencia del pequeño animal, y ella, observando que su curiosidad era máxima, dice lo siguiente:

—Es un pájaro carpintero. Su lengua es muy fina, y gracias a ello, logra extraer insectos pequeños de los árboles.

    Joen tarda unos segundos en voltear y verla, y pese a que una lagrima recorre su mejilla, no continua con su llanto sino hasta después de contemplarla: sus ojos recorrieron su cuerpo mugriento, sus ojeras visibles, su golpe en el labio, el de la mejilla y su ropa, en algunas partes, se encontraba rota. En un impulso imprudente, él trata de avanzar hacía ella, pero después de sentir algo que lo retenía, poso su visto en sus espaldas: una cadena estaba atada a su cintura, y con el ceño fruncido, verifico el cuerpo de la chica desde la distancia solo con el fin de no ver esa cosa en ella, pero, y para suplicio de él, también la tenía.

—Reina...

    Lara sonríe ante ese apodo tan familiar, aunque después de unos segundos, le pide, a través de un gesto, que guarde silencio. Se estira hacía unas escaleras, y después de verificar que nadie los escuchaba, decide iniciar una conversación.

—Lo siento, es que los secuaces de Samuel suelen ser muy chismosos.

—¿Dónde estamos?— pregunta él mirado a su alrededor.

—En una prefectura abandonada. Él no me dijo el nombre, solo que hace mucho ocurrió un accidente nuclear— informa Lara fijando la vista en el pedazo de cielo que logra ver.

—¿Por qué aquí?

—Es uno de los países más avanzados del mundo, y en cuanto a este lugar en específico, creo que no quería que nos encontraran, al menos no durante un rato.

    Él asiente a modo de comprensión, y sentándose otra vez, permanece en silencio durante un largo rato. La joven sabía que se estaba reprochando sus antiguos errores, y como negarlo, si ella también lo estaba haciendo: el haber viajado sin protección alguna, el involucrar a muchas personas y el poner muchas vidas en peligro solo eran unos pocos. Sin embargo, el detalle más grande no dejaba de repetirse en su cabeza como disco rayado: si él nunca hubiera ido a la tierra, si jamás se hubieran conocido esa mañana y si nunca se hubiera atrevido a preguntarle sobre ese otro mundo, ella no habría logrado conocer la otra parte que se estaba desarrollando en sus venas.

—Perdóname— susurra él de todo corazón.

—¿Por qué?

—Por meterte en todo esto: no debí haber aceptado, todo es mi culpa.

Luna de Hielo [Saga Moons #2] {➕}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora