Capítulo treinta

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    La incomodidad invade su cuerpo en un dos por tres, una brisa helada hace que su cabello se mueva y sus manos, inmovilizadas detrás de su espalda, se sacuden al intentar deshacer el nudo inexistente de esas esposas. Lara se moja los labios resecos en busca de algún alivio hacia la rigidez de su cuerpo, y es así como, después de abrir los ojos, logra enfocar su vista en el lugar donde se encontraba.

    El suelo donde descansaba estaba cubierto de colchonetas blancas, y pese a que la suciedad las invadía, no fue solo ese detalle lo que llamó la atención de la muchacha: detrás de ella se ubicaba un mueble de color café, con varias divisiones y algunas pegatinas de color, unas escaleras polvorientas se exhibían a su derecha, y aunque no hubiera una luz que las iluminara, sabía que estas no eran el camino hacia la salida. Después, un olor a tabaco invadió sus fosas nasales, y presa de la angustia, lanza un gruñido hacia la nada.

Lara se queda quieta, mirando a su alrededor, e intentando buscar una manera de escapar, escucha un carraspeo desde una de las esquinas de la habitación: era Samuel, quien pateaba colillas viejas de cigarro al mismo tiempo que miraba hacia el exterior.

—¿Fumas?— inquiere la blanquecina con extrañeza.

—No: esto pertenece a los vagabundos que se han quedado a dormir aquí.

    El cuerpo de la chica se estremece ante la confesión, y sentándose con la espalda contra el mueble, decide indagar sobre su ubicación con la siguiente pregunta:

—¿Dónde estamos?

—En una escuela abandonada. Japón es uno de los países más desarrollados del mundo, y aunque todo salió de una forma diferente, estás aquí: en el lugar fijado.

    Ella no entendió por completo sus razones, y moviendo los dedos de las manos, vuelve a interrogar:

—¿Por qué aquí? No es muy bonito que digamos.

—Porque en esta prefectura ocurrió un tsunami que dañó varios reactores nucleares, y como los humanos son cobardes, supe que no habría casi nadie por estas calles.

—¿No es peligroso para nosotros también?— quiso saber ella.

—No del todo: tenemos una capacidad diferente para soportar los desastres naturales. Sin embargo, no te traje aquí para hablar de estas cosas.

    El hombre se separa del marco de la ventana, coloca las manos en su espalda y recorre los metros que lo separan de su hija. Se detiene frente a la joven, se inclina un poco y es así como Lara logra ver los ojos azules de su padre. Por un minuto, deseo averiguar de qué luna provenía, pero él se le adelanto, tal y como si hubiera adivinado sus pensamientos a través de la mirada:

—Vengo de la Luna Azul, de ahí el color de mis ojos y mi manejo en el agua.

—Y si mi madre es de la Luna de Hielo, yo...

—Perteneces a la Luna de Ceniza: no importa si los progenitores son de diferentes lugares; según tu poder, es la forma de asignación.

—Pero no soy como los de mi especie, ¿verdad?— inquiere Lara analizando la información escuchada.

—No: eres parte de mi creación, y la de otros también.

    La muchacha frunce el ceño, aprieta los puños y, tratando de ocultar su furia, se muerde el interior de la mejilla. El canto de un pájaro la distrae durante unos instantes, y fue en ese momento que recordó a Joen. ¿Cómo estaría?, ¿La iban a buscar?

—Ya me tienes aquí, y creo que no hay necesidad de involucrar a nadie más— opina Lara luego de una pausa silenciosa.

—Te equivocas: falta Joen, y no nos iremos sin él— dice Samuel con fuerza y decisión.

Luna de Hielo [Saga Moons #2] {➕}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora