Capítulo cuatro

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 El descanso no había sido pasivo. La ciudad, estruendosa como ella sola, era dueña de los sonidos más ligeros y pesados, y que en una sola noche, habían invadido hasta lo más hondo de sus tímpanos. Era extraño para él acicalarse frente al espejo, ya que en vez de presenciar una tez blanca y delicada, obtenía como resultado una morena y desdeñosa. No se odiaba a sí mismo, era más bien un martirio para poder encontrar una respuesta clara a su raro tono oscuro en medio de tanta fragilidad.

 Bebió un poco de la taza que le habían traído. Por ahora, y para mantener un perfil bajo, se estaban alimentando con eso: agua con cualquier sabor, tes medicinales y agrios y otros tantos brebajes que, curiosamente, lo hacían dormir mejor. Owen terminó de acomodar su ropa, peinar su cabello e ir a la sala donde Abel y Samuel lo esperaban.

—Te tardaste mucho— se irritó Samuel desde la mesa.

—El hecho de que a usted no le importe su apariencia, no quiere decir que el resto sea igual.

—Ahora no, por favor— exigió Abel mirando por la ventana.

 El lugar, junto con sus personas, era muy diferente al continente americano, y en general, a todo lo que había conocido durante la infancia. Todavía, mientras trataba de distraer su mente en algo que no fuera el recuerdo dorado de Chelsea, podía sentir esos días en los que Manhattan lo había recibido como uno más, sin saber que era un enemigo de uno de los suyos.

—Son las cinco de la mañana, ¿Por qué rayos estamos despiertos?

—No sé cuantas horas hay de diferencia entre las lunas y Tokio, pero si he de entender que aquí los extranjeros suelen voltear mucho su horario de sueño.

—Muy bien dicho, Abel. El asunto es que, aunque sean altas horas de la madrugada, sería bueno echarle un vistazo al lugar— anunció El Conquistador poniéndose de pie.

—Enloqueció, ¿No es así? Aquí nadie está despierto a esta hora.

—Basta, Owen. Tal vez sea buena idea observar cuando nadie nos vea— opinó Abel caminando hacia la puerta.

 El moreno, suspirando con molestia, salió cerrando la puerta detrás de él. El frió previo a un alba amarillenta los hizo fruncir el ceño, y al tiempo que admiraban los diferentes letreros y una que otra persona corriendo para alcanzar un autobús, los tres continuaban sorprendidos al haber encontrado las puertas del hotel abiertas.

 Un mapa sucio y húmedo, que se ubicaba en una pared, los hizo orientarse poco a poco. Explorar un espacio desconocido ,y que en cualquier momento podría ser una amenaza, le traía a Samuel recuerdos vagos de la adolescencia, cuando en diversos entrenamientos los obligaban a evaluar un área simulada en medio de una habitación. Sin embargo, las cosas imaginarias solían volverse tan reales, que muchos no soportaban los estragos de su propia mente.

 Continuaron el recorrido con las manos ocultas y abrigadas. Pisadas silenciosas los hacían mirar de reojo en todos direcciones, y soltar aire con alivio al divisar a humanos como resultado final de un examen nervioso. Avanzaron de forma rápida, manteniendo la distancia entre ellos, pero no separándose por más de unos minutos. La red de transporte público se hizo presente, y aunque el japonés era el que dominaba la boca de cada individuo que empezaba el día, la traducción no dejaba de verse al final de cada indicación.

 Subieron, y al estar frente a los asientos vacíos, decidieron quedarse de pie y analizar el paisaje mientras los mecanismos de metal arrancaban. El tiempo que tardaron era desconocido, pero las ganas de conocer esos parajes eran exigentes. El silencio aún era palpable, sin embargo, eso no era lo perjudicial en esos instantes.

 Permaneciendo a unos cuantos metros del otro, bajaron de ese vagón limpio y vacío. Unos cuantos individuos dormían en unas bancas cercanas, y El Conquistador, al percatarse de un hombre con los ojos recién abiertos, sonrió con malicia.

Luna de Hielo [Saga Moons #2] {➕}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora