Capítulo veinte

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 —¿Qué crees que le estén haciendo?— le preguntó Peter a Lara.

El grito horrorizado de Abel pudo responderle en unos segundos.

—Torturándolo— exclamó ella con enojo.

  No estaba de acuerdo con ese cuestionario violento, pero considerando el caos que ese chico era capaz de hacer, no le venía mal una reprensión. Sin embargo, los minutos pasaban, y mientras las exclamaciones ahogadas de su hermano viajaban entre las paredes, su corazón e incluso el de Chelsea estaban palpitando de forma desbocada.

—Me canse.

 Antes de poder girar el pomo de la puerta, las palabras de Thomas la detuvieron:

—Deja que ellos se encarguen.

—¿Por qué? Parece como si quisieran matarlo— enervó la joven mirando como él pelaba una manzana.

—No es lo que tú crees.

—¿Entonces qué es? Estamos en pleno siglo veintiuno, hacer ese tipo de cosas es...

—En primera, no lo conoces, y en segunda, en un extraterrestre y un guerrero lunar: en nuestro mundo nos entrenan para soportar cualquier cosa— argumentó el chico al entregarle la fruta a Mérida.

—Yo no quiero.

—Te hará bien, cómela.

  La pelirroja, extrañada por esa acción, la tomó con las dos manos y le dio una mordida sin poder evitar su ceño fruncido. El jugo dulce se deslizó por su garganta, y susurrando un "gracias" apenas audible a Thomas, siguió degustando esa merienda que él se había esforzado en preparar.

—Quiere distraernos— señaló Julia.

—Cierto. ¿Quién te dijo que lo hicieras?, ¿Tus amigos?

—No, Chelsea: ellos mismos fueron los que echaron de la habitación.

—Y por eso pelas una manzana que muy fácilmente se puede comer con la concha.

—Y luego me la das a mí— finalizó Mérida secundando a Peter—. Aquí hay un gato encerrado.

—¿Eso se come, florecilla?

  Ella miró a su amigo de la infancia, y asintiendo con lentitud, permitió, muy a su pesar, que él controlará al soldado manipulador de fuego: en un instante Thomas estaba en el suelo, con las manos apresadas por la electricidad y los pies inmóviles por culpa de alguien ajeno. Una maldición fue lanzada por él, y tratando de liberarse, les dio la oportunidad, sin querer, a los otros cinco de entrar al cuarto de los suplicios.

  La manija no cedió al primer momento, pero gracias a la habilidad de Lara, está quedó hecha trizas luego de unos segundos. Sin más abrieron la puerta, y siendo testigos de un cuadro nunca antes visto, se quedaron quietos: Alex, dejando salir un aire frío de sus palmas, estaba a un lado del prisionero, el cual solo tenia el cuello y la cabeza libres, ya que todo su cuerpo no había dejado de ser un cautivo del hielo alienígena.

Joen se asustó, y tratando de que Lara retrocediera, solo hizo que avanzara más hacia el entonces desconocido Abel. Sus pisadas, junto a las de Chelsea, fueron los únicos sonidos que se divisaron en el cuarto. El chico proveniente de la Luna de Hielo se encontraba envuelto en sudor, una de sus cejas estaba rota y sus labios, que eran mojados por él cada cierto tiempo, permanecen secos y extremadamente blancos. Un nudo en la garganta fue el impedimento para que las dos pudieran hablar, pero aprovechando el corto espacio que ahora los separaba, fue Lara quien se atrevió a acariciarle el rostro.

  Primero fue hacia una de las mejillas, y aceptando el gesto reacio que vio en su cara, siguió esparciendo sus dedos sin parar en la respiración agitada de Joen. El tacto fue como una bomba para Abel, y pese que no deseaba tenerlo, se calmó: sus dedos, esos dedos que nunca antes había sentido, lo llevaron a experimentar un calor extraño y familiar en medio de ese cubo creado por su contrincante. Observó a la pelinegra, y rogándole a su corazón que dejara de bombear tan a prisa, se rindió ante las dos manos pálidas de Lara.

Luna de Hielo [Saga Moons #2] {➕}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora