Capítulo treinta y cinco

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    Ya habían salido al exterior, y pensando que las personas junto a ellos iban a asustarse, Lara guardó un pequeño rayo de esperanza, sin embargo, era cierto lo dicho por su padre: en ese lugar no habitaba un alma, y los pocos animales que pasaban entre sus pies, se escondían al tiempo en que avanzaban hacía una especie de colina.

    Yubari, aun después de mucho tiempo, seguía desierta, y dado que la radiación continuaba danzando en el ambiente, Samuel piensa que será perfecto que Lara y Joen intenten unir sus poderes al aire libre.

—Libérenlos.

    Los secuaces introdujeron unos códigos en las grandes esposas que retenían las manos de los muchachos, y una vez sueltos, ambos se soban los lugares dañados.

—Necesito que unan sus habilidades, no puede ser tan difícil.

—No haremos eso— responde Joen en seguida.

—¿Cómo sabes si ella no quiere?

—No lo haré— dijo Lara decidida, y también un poco angustiada.

—Bien, tendremos que utilizar mis métodos.

    Con el chasquido de sus dedos, los tres japoneses toman al guerrero de la camisa en intentan rompérsela, pero él, ya fastidiado de todo, se resiste: dobla la muñeca de uno, la da una patada el otro y el tercero, más rápido, logra esquivar el rayo lanzado. Por un momento, la joven quiere ayudarlo y camina hacía esa improvisada pelea, pero Samuel se le adelanta: con el brazo levantado, él consigue reunir el agua más cercana hacía esa especie de claro, y dirigiéndola hacía Joen, lo sumerge en una enorme gota que se mantiene elevada del suelo.

    Lara corre hacía esa extraña prisión, y pese a que Berenice y Hana se interponen, el miedo y el odio la consumen por completo: sin saber cómo, ella misma crea unas esferas de color verde, las lanza hacía las dos mujeres y consigue que ambas acaben estampadas contra la corteza de un árbol.

—Lo quieres, ¿no es así, hija?— pregunta Samuel.

    Ella no le contesta con palabras, tampoco hace ningún gesto que la delate más: no quería que alguien desconocido explorará en ella, simplemente le daba pánico.

—Bájalo, haré lo que quieras.

—¿Por qué?, ¿cómo es posible que aprecies a alguien que quería hacerte daño?

    El amor era algo muy difícil de explicar, y con él, también era complicado el vencer ciertas situaciones: la aceptación, el compromiso, el respeto y la individualidad solo eran unas cuantas, y ella, siendo joven e inexperta, no supo darle una respuesta a la pregunta de su padre, pero si de algo estaba segura, era de que cualquier persona tenía la capacidad de cambiar sus perspectivas, y Joen, a pesar de todo, lo había hecho.

—Eso no te incumbe.

—Todo lo que respecta a ti me incumbe, eres mi hija.

—Tú no eres mi padre: podremos tener la misma sangre, compartir genes e incluso parecernos en algunos gestos, pero tú no me amas— recalcó Lara con las manos en formas de puños—. Solo quieres que haga cosas que no quiero hacer, y eso es egoísmo.

—¿Por qué? Tu abuelo nunca tuvo en cuenta mis palabras, ¿por qué tendría que escucharte, cuando nadie hizo eso conmigo?

    El rostro de Samuel permanecía inexpresivo, y sin querer, reflejo su herida más grande con palabras: el no haber sido escuchado ni tomado en cuenta, ni siquiera por alguien tan cercano, pudo haber sido duro para él, pero el que alguien haya sido cruel contigo, no significaba que debías de serlo con los demás.

Luna de Hielo [Saga Moons #2] {➕}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora