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El problema de cometer un error es cuando este trae consigo el recordatorio de haberlo hecho, o, en dado caso, el arrepentimiento.

El problema de Ángel era que él no se arrepentía en lo absoluto. Él, en cambio, quería volver a comer de la fruta prohibida por más que esta estuviera prohibida.

Ángel no quería sucumbir al deseo, pero el recuerdo de como la besó no quería salir de su mente y lo torturaba de manera cruel. Y él era débil, al menos en ese aspecto.

-De acuerdo, de acuerdo -Empezó Aren por cuarta vez, ganándose la mala mirada de Osher -Explícame esto otra vez.

Ángel lo miró mal y negó con la cabeza.

El problema de Aren era que, si algo no le interesaba lo suficiente, él no ponía atención y aquel tema no era algo que le quitara el sueño, por tanto, él volvió a enfrascarse en la pantalla de su teléfono hasta que Osher le dio un manotazo y se lo lanzó al suelo, partiéndole la pantalla en el proceso.

Lamentablemente, Aren suspiró con derrota y miró con dolor el que anteriormente era un celular con vida y que funcionaba en perfecto estado; volteó el rostro, sintiendo como sus ojos se llenaban de lágrimas de desconsuelo y en su mente se apuntó el darle un sepulcro digno de un celular tan bueno.

Ángel lo sacó de su diatriba mental volviendo al tema de sus problemas personales.

-El sexo estuvo bien, estuvo perfecto. - Empezó Ángel mientras daba vueltas en la habitación

-Entonces, si según tú el sexo estuvo bien, perfecto, ¿cuál es el problema? -Preguntó entonces el ahora Aren sin celular.

-Que no se pudo quedar con ella, Aren- Dijo Osher con fastidio - Coño, mano, llevamos como tres horas en la misma conversación, presta atención.

Llevaban bastante rato hablando del tema en cuestión, eran las siete y algo de la noche y Ángel había acudido a Osher y Aren por preguntas y respuestas, ya que la noche anterior no había podido dormir por la incertidumbre y las dudas que lo rondaban. No dejaba de pensar, de cuestionarse si debió o no quedarse a dormir con Angie, claro estaba que, si Anastasia había llamado esa noche, había sido porque estaban cerca, pero eso no evitaba que el sentimiento de opresión en su pecho siguiera ahí, porque Ángel quería estar con ella todos los días.

Mierda más complicada que esta no hay.

Aren era... un amigo más, o, mejor dicho, el único.

Ángel era tan selectivo a la hora de socializar, que en toda su vida sus únicos amigos habían sido esos dos. Y a puro coñazo, porque Osher era una rama de estrés andante y Aren un circo.

Ángel no aguantaba tanta presión.

Suspiró y miró hacia el techo con frustración.

-¿Y por qué no se quedó, si tanto quiso hacerlo? - Aren bebió de su refresco sin soda y miró a Ángel en busca de respuestas, estando más confundido que el mismo hombre.

La verdad era, que Aren no había prestado nada de atención, y tampoco quería prestarle pero ya que no tenía teléfono, lo minimo era que se entretuviera con el chismecito hasta que se acabara aquella reunión.

No lo entendía, había estado al tanto de todas esas veces que durante tres años había estado llevando a Osher de aquí para allá y de allá para acá en busca de regalos y no sé qué, y de todas esas veces que era testigo de sus tantas noches de insomnio pensando en ella y todas esas veces donde bebía solo mientras pensaba en que ella estaba haciendo y bla bla bla, que ahora le parecía hasta absurdo que, cuando por fin había podido volver a estar con ella, se prohibió quedarse. Era confuso y a la vez un tanto estúpido, ya que Ángel moría por un poco de atención y cuando por fin la obtuvo, la desperdició.

En las manos de Ángel.  (+18)  Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora