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Kyanna comió toda la comida de su plato y esbozando una sonrisa dulce, miró a su madre, quien estaba ocupada revisando algunos datos del trabajo. Con su pequeña mano, Kyanna tocó el brazo descubierto de su madre, intentando captar su atención.

-Mamá-Susurró. Kyanna no hablaba muy fuerte, a sus recién cumplidos tres años, era una niña calmada a la que le gustaba jugar con muñecas. Ver películas con su madre, su leche en biberón, el chocolate caliente y las caricaturas de Masha y el Oso.

Angie carraspeó, apagó el teléfono y miró a su pequeña hija con una sonrisa, prestándole atención.

-¿Que pasó, mi pequeña Oasis?

Había cogido la mala costumbre desde que Kyanna nació de llamarla Oasis, ya que para ella cuando quedó embarazada y en el momento del parto, Kyanna fue esperanza. Sí, esperanza. No tenía nada de sentido, ya que el Oasis no significaba esperanza ni mucho menos, pero para ella fue refrescante sentir como una pequeña vida llena de luz y, prácticamente agua, viviera en ella.

A parte de la esperanza, también lo hizo por el color cristal en uno de sus ojos, especialmente el verde; Kyanna había salido con heterocronía. Uno de sus ojos, específicamente el derecho, había salido marrón, igual a los de su madre. El otro, de un verde cristal hermoso.

El marrón cambiaba constante de color igual que como lo hacía el de su madre, en un momento era azul claro y en el otro, era marrón oscuro. El cabello de la niña era de un negro azabache, igual al de su padre. Su nariz, la forma de su boca y hasta la forma en la que se movía había sido igual a su madre. La niña era una perfecta combinación de ambos; tan perfecta que incluso podría resultar peligroso.

-Me comí toda mi comida, mami-Habló Kyanna con su voz infantil y aniñada. Era una niña hermosa y sobre todo, educada gracias a la buena educación que le daba Angie.

Ella sonrió orgullosa y en ese instante, ambos ojos cambiaron de color, los de ella y el de Kyanna. Ambas hacían un contraste hermoso, diferente, pero hermoso.

-¿En serio?- Kyanna asintió y la sonrisa de Angie se acrecentó-Mmm, déjame ver, -Se volteó, quedando de cara al plato, y asintió al verlo totalmente vacío. La niña casi no comía, de hecho, cuando lo hacía, que era muy rara vez, Angie solía aplaudirle para animarla. -Esa es mi niña-volvió a sonreír, tomó la pequeña mochila de una de las sillas del comedor y se levantó de la silla en la que estaba, tomó entre sus manos a Kyanna y la cargó entre sus brazos dirigiéndose a la puerta principal de la casa, -Ahora vamos a la escuela, ¿sí?

-Sí, mami.



El camino hasta la estación de policía no fue largo, pero sí regular. Había llevado a Kyanna hasta la escuela y de ahí había salido disparada del lugar hasta la estación ya que su jefe la había llamado. Era uno de esos llamados especiales que solo le daban a ella, a su compañera Gwen y a Anela. Mazona decía que prefería el lado del bien, y Kynnie, pues Kynnie ni si quiera le gustaba la policía, mucho menos trabajaría en una central, según sus palabras.

El derramamiento de sangre le ponía los pelos de punta y prefería estar lo suficientemente lejos de las armas como le fuera humanamente posible.

Con su vaso lleno de café mañanero, aparcó el carro en uno de los tantos estacionamientos otorgados a los policías del lugar; era de mañana, más o menos, las diez y cinco por ahí. El sol daba directo a la puerta de su carro y cuando la abrió, la hizo cerrar los ojos levemente por incomodidad. Bajó de su civic del año color negro, lo cerró con seguro, y, con su café en mano, su cartera, su arma y su celular, cogió camino hasta la central policial.

En las manos de Ángel.  (+18)  Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora