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Los recuerdos son como cuchillos. Una comparación vana, ya que hay cosas más punsantes, sin embargo, es correcta, pues estos cortan dentro y profundo, haciendo las cicatrices hondas y toscas, probablemente demasiado. Los cuchillos se pueden esquivar. Los recuerdos se pueden olvidar.

Pero, ¿Cuando estos se vuelven vividos?

Te toca recibir las estocadas sin estar preparado de cuanto vas a soportar.

¿Cuánto soporta una niña de 7 años para salvar a sus hermanos de las garras de la crueldad?

¿Cuánto soporta una mente torturada un recuerdo corrompido por el dolor?

-¿Ya serás una niña buena, Angie? ¿O papá tiene que pegarte más fuerte para que aprendas a obedecer?

La respuesta a esas preguntas es un... no se sabe, mientras las lágrimas saladas humedas tomaban el camino de la libertad de unos ojos cambiantes demasiado pequeños para saber el peso del dolor.

No todo el mundo es capaz de tener un padre presente y amoroso, y los que no lo tienen no conocen el sentimiento de ser adorado en vez de maltratado. Ella guardaba el sentimiento de amar dentro de ella, pues aunque aquel hombre arqueaba su espalda encima de la encimera, chocando con más fuerza la manguera mojada en su piel descubierta, ella no podía dejar de anhelar el tacto de su padre.

Sin embargo, ella en ese momento no lo entendía, pero con el tiempo, conforme llegara la adultez, su mente madura comprendería que Nathaniel no era capaz de amar a alguien más que a sí mismo.

Nathaniel Andréid Azcategui Sokier solo podía amarse a sí mismo y ser padre y esposo le quedaba demasiado grande.

Un bebé no podía soportar la magnitud desgarrante de unos golpes tan fuertes, pero ella tenía fé de que pararían en algún punto.Le molestaban los nudillos de tanto que los apretaba, le dolían los labios por la forma en la que los mordía para reprimir el llanto que quería soltar y ruegos clamantes empezaron a protagonizar los pensamientos de su psique.

¿Dónde estaba mamá?

Se preguntó.

Pero mamá quizá estaba demasiado exahusta para hacer algo, demasiado adolorida, incapaz e impotente.

-Papi, ¡por favor!-Rogó, pero sus suplicas pararon en oídos sordos y ojos ciegos -¡Te juro que no volveré a romper tus botellas, papi, te lo juro!

Le dolía la garganta de tanto gritar, como también veía con angustia a sus hermanos asustados, veía como Rebekah temblaba, como Clean sostenía un puño en su boca y el como Yania se escondía detrás de los hombros flacuchos de Clean en busca de protección. Otra vez la pregunta surgió desde lo más hondo de su pecho, estrellándose fuerte contra su cerebro:

¿Dónde está mamá?

Pero mamá no podía hacer nada para salvarlos esta vez.





Ella despertó.

Respingó del susto, incorporándose a la cama con la garganta seca y los latidos de su corazón en sus oídos taponados. El cabello se le pegaba en la frente mientras unas enormes ganas de llorar se acrecentaban en sus cuencas y veía sus manos temblar cuando sus ojos miraban hacia abajo.

Maldecía a los mil demonios haber ido a esa misión.

Kyanna estaba a su lado izquierdo mientras Annalisse estaba a su derecha, ambas dormidas con los brazos desparramados encima de su regazo. Se sintió asfixiada. Sintió la desesperación por salir, por tanto agarró las piernas de Annalisse y las movió hacia una esquina, haciéndose espacio mientras se escurría entre las sábanas y sus pies tocaban el suelo alfombrado.

En las manos de Ángel.  (+18)  Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora