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Ella respiró conforme y sonrió cuando las cadenas resonaron en el lugar y los gritos de desesperación empezaron a sonar más fuerte según más se acercaba. Le encantaba esa sensación de abrumo, desespero, ansiedad e incomodidad que se sentía en el aire, haciéndola sentir adrenalina en vez de sangre recorrer sus venas.

Sus tacones chocando contra el suelo se escucharon sonar y el calor aumentó, ella imaginó que estaba haciendo una entrada exclusiva en el infierno y se rio. El encadenado se sentía arder en el suelo sucio y mohoso, cansado de revolcarse en su propia mugre que se quedó quieto, viendo cauteloso como ella se acercaba. Su rico aroma a uvas silvestres arropó el sitio, opacando el olor a podredumbre y gasolina que con el pasar de los días empezaba a emanar de las paredes.

Una zona no podía oler a tantos olores, mucho menos tener tantas emociones juntas, mas sin embargo, este en especial, lo tenía todos y cada uno con una clara representación del averno.

Un averno que ella había creado para su propio placer.

Una coleta alta amarraba su cabello miel, contrastando con su vestuario. Ahí estaba la dama de la muerte. Causante de la muerte de varias, incluida entre ellas a capos, sotocapos, jefes, reinas; todo lo que caía a su expediente terminaba muerto antes del amanecer.

Agarrando una cubeta con agua, se acercó hasta el cuerpo casi inconsciente y encadenado de su víctima cuando este cerró levemente los ojos, pareciendo dormido. Se la tiró, haciendo que el hombre en el suelo abriera los ojos espantados y mirando por todos lados. Tenía las pupilas tan dilatadas que casi no se notaban si el negro de estas era el color real de sus ojos.

-¡Oh, ya abrió los ojos el bello durmiente! -Exclamó y al instante rio como si le hubieran contado el mejor chiste del mundo-Ya era hora, hombre, que me comenzaba a aburrir.

Miró el esmalte en sus uñas, lamentando haber escogido un color tan chillón como lo era el rosado.

-¿Q-quién eres tú? ¿Qué quieres de m-mi?

El tartamudeo del hombre era divertido. Su voz temblaba cada que intentaba decir algo y su timbre era tan fino como cuando inhalas helio. Sin embargo, lo que más gracia le causó fue la pregunta.

Y Angie sonrió. Era esa pregunta la que todos le hacían, algunos con más valor y huevos que otros, pero la misma pregunta al fin, y todas eran respondidas con la misma respuesta:

-Tú, querido amigo, estás hablando exclusivamente con la Dama de la muerte. Deberías de sentirte halagado, no todo el mundo tiene el placer.

Y le hizo una pequeña reverencia, juntando sus dos piernas y moviendo su mano izquierda en círculos para después inclinarse y sonreír.

El nombre se le había apodado por sus tantos asesinatos del bajo mundo y hasta de personas que nada que ver con la mafia. El apodo la representaba a la perfección y dichosos eran los que se encontraban con ella en pleno acto y solo se ganaban una sonrisa de su parte. Los rumores que se esparcían por el bajo mundo la definían con demasiada razón y exactitud, pues decían que era una mujer de largos cabellos miel, ojos marrones o azules la mayoría de las veces, aura imponente, atrevida. Cuerpo curvilíneo, con grandes muslos y cintura ancha, enseñando lo bien trabajado y las extensas horas a las que se exponía en el gimnasio.

Despiadada, con el cuerpo y la cara de un ángel, pero con las acciones y pensamientos de un demonio.

Ella ladeó la cabeza cuando el hombre volvió a preguntar que qué quería de él.

-Por ahora no quiero nada de ti, sin embargo, ya te haz de saber la dinámica. -Sonrió, se encontraba de tan buen humor que hasta el estado crítico del hombre le causaba gracia, -No te haré nada, de momento. Aún hay tiempo suficiente, mira que apenas y son las siete y cuarto de la noche y que, aunque ya tengas cuatro días sin comer y consumir, y que como en eso de las ocho se te cumplen cinco días; por un poco más de tiempo no te vas a morir.

En las manos de Ángel.  (+18)  Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora