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Ángel se durmió horas después de aquella llamada, la culpa incrustada en sus huesos le recordaría por siempre lo que tuvo que hacer, la oportunidad de alguien que arruinó, el dolor que causó. Sin embargo, aquella vez simplemente se acostó y se durmió de inmediato, porque en su mente aquella fue la mejor idea, la única opción, y es que, por más que quisiera justificarse por sí mismo, lo único que salía de él era el hecho de que, si no se salvaba por sí mismo, nadie más lo haría.

El transcurso de su infancia traumática le enseñó suficiente sobre como ser su propio caballero con escudo y espada. El hecho de que ni siquiera Nháyeleh hubiera sido capaz de protegerlo de ella misma, le enseñó que no necesitaba a nadie, ni siquiera una madre.

A la mañana siguiente, no siendo más que las ocho de la mañana, comprobó Angie entonces cuando unos pequeños toques en la puerta la despertaron de su sueño profundo que la hizo gruñir. Le costó abrir los ojos, primero porque realmente se sentía un poco cansada, segundo porque no quería despertar y desaparecer la inconsciente visión que tenía en su mente, cuando lo hizo, se encontró viendo alrededor la oscuridad que acogía la habitación y notando a un Ángel acostado a su lado con un brazo encima de sus ojos.

El corazón le latió con fuerza en el pecho al ver que, en realidad, su presencia no había sido un sueño de su imaginación.

Realmente estaba ahí. En su cama, arropado con sus sabanas.

Oh, mierda.

Realmente estaba ahí.

Lo escudriñó con la mirada, admirando sus rasgos relajados mientras leves ronquidos salían de su boca entreabierta. Es que sí estaba ahí.

Oh... Oh.

Sin que pudiera evitarlo, Angie sonrío con ternura, una enorme sonrisa que abarcó su rostro completo y que la hizo ponerse la mano en el pecho, sintiendo su corazón latiente querer salir de su caja torácica de tan fuerte que estaba haciendo pum pum y encontrando esa sensación caliente adornarle el pecho muy placentera. Y es que él parecía pertenecer ahí.

Angie no era muy devota a los colores claros, claramente y como era fácil de notar, su preferencia variaba entre el rojo oscuro, el gris y el negro, por tanto, que sus elegantes sábanas de satín gris oscuro se enrollaran en las caderas anchas y masculinas del hombre ahí acostado la hacían sentir extrañamente bien. Y él parecía, otra vez, pertenecer ahí.

Ángel era grande, y la cama de ella también, por tanto, sus largas piernas cabían a la perfección sin que estas se quedaran por fuera o sus brazos se vieran incómodos.

No podía dejar de mirarlo.

-¿Mami? -Sin embargo, cuando escuchó el susurro de Kyanna se sentó con esfuerzo en la orilla de la cama y afincó los nudillos mientras respiraba profundo y se permitía salir de la ensoñación. La espalda le dolía como la mierda al igual que la herida de bala en su hombro y aún estaba desnuda. Recordó que Ángel le había puesto gazas a su espalda y había desinfectado las otras heridas con alcohol, y que se había dormido dándole la espalda al techo.

-Ya voy, nena. Mamá ya está en camino. -Dijo, sabiendo perfectamente que no la iba a escuchar gracias a la insonorización del cuarto.

Suspiró, parándose de la cama y cogió una bata que, casualmente, tenía la espalda descubierta y caminó hasta la puerta y la abrió, encontrándose con la enorme sonrisa tierna en el rostro de su pequeña hija.

-Tío Clean, Annelisse, tía Nea, tío Aem y yo acabamos de llegar-Annelisse, era ahora su hija oficialmente. Antes de haberla adoptado, había averiguado sobre la familia de la niña, pero no había encontrado a ninguno de ellos, Clean no había tenido problema con cuidarlas a las dos-Y tenemos hambre, mami.

En las manos de Ángel.  (+18)  Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora