𝟭𝟵. 𝙚𝙡 𝙖𝙜𝙪𝙟𝙚𝙧𝙤

33 6 0
                                    

𝐉𝐀𝐒𝐎𝐍

El olor era asqueroso.

Olía a tierra mojada, orina, sangre y putrefacción como si se tratara de algún basurero. Intenté por todos los medios cobrar el conocimiento, mi mente se arrastraba en infinitas capas de oscuridad, una que conocía a la perfección, pero podía asegurar que no estaba muerto.

Había voces y lamentos en el fondo de la negrura, eran lejanos y otros más cercanos, aunque producían un eco terrible junto con otros sonidos. Se oía el sonido de una gota sobre un charco, un goteo incesante.

Sentía la tierra polvosa debajo de mis dedos entumecidos, intenté moverme de alguna manera.

De pronto, oí el golpeteo metálico, una cadena que era arrastrada en la tierra y la vibración repentina cerca de mis pies como si alguien hubiera chocado contra ellos. Abrí despacio los ojos pero estaba demasiado aturdido para tener nitidez del entorno. La poca luz provenía de una ventanilla al frente, eran tan pequeñas que la luz era una línea delgada. Tenía las piernas atrapadas en una cadena que se enredada en mis tobillos, me apoyé con los codos para levantarme, o al menos para voltear mi cuerpo. Había otra figura a mi costado izquierdo, estaba quieto como una masa de huesos y piel, sus ojos abiertos me miraron. Era un chico, quizá de mi edad, no podía ver por la mugre que cubría su rostro. Tenía puesta una camisa rota, manchada de sangre y dejando ver las heridas de su torso.

―Perdón si te he despertado, creí que estabas muerto ―Su voz era rasposa, con la garganta seca, arrastraba las palabras sin el aliento necesario para mantener la conversación.

―¿Dónde estoy? ―pregunté. Tenía el cuerpo entumecido, apenas y la sangre corría por los miembros apretados por las cadenas.

Seguí con la mirada los rincones de esa cueva apestosa y oscura. Era como un cuarto, había un par de celdas improvisadas con barrotes clavados al suelo, tiras de alambre de púas en ese espacio, la más cercana a la puerta tenía a un par de hombres en su interior. Era difícil descifrar su estado o si solo eran ellos dos, en la siguiente, estábamos ese chico y yo.

―Es una Fábrica abandonada... Es ahora una fortaleza de Demonios. ¿Cuál es tu crimen? ―Su voz se apagaba, como un suspiro que se ahogaba en la falta de saliva de su garganta.

―No lo sé. ¿Y el tuyo?

Tire de la cadena de mis tobillos, pero estaba tan apretada que comenzaba a clavarse en mi piel.

―No me uní a su causa, asesinaron a mi familia y ahora estoy aquí esperando a que me maten. No tengo la menor idea de cuanto llevo aquí...

―¿Eres un Demonio? ―fruncí el entrecejo confundido.

―Se que en esta condición no lo parece ―Se aclaró la garganta―. Vienen cada día a torturarme, interrumpiendo el proceso de sanación, la deshidratación no ayuda, y no me he alimentado en todo este tiempo.

―Quisiera saber qué es lo que quieren de mí ―Volví a tirar de la cadena.

El chico tenía las muñecas enredadas a una cadena elevada por encima de su cabeza. Su cabeza estaba de lado, apoyada contra uno de los brazos alzados. El resto de su cuerpo sobre el suelo, molido, lleno de sangre y putrefacción. Estaba seguro de que no iba a morir si ellos no lo mataban, sólo estaban alargando su agonía. Yo por el contrario, era un humano simple y común, si me querían para alimentar a sus estúpidas crías, me iba a matar de inmediato. Mi muerte estaba asegurada sin ninguna oportunidad. Nadie sabía de mi desaparición hasta que mi madre se diera cuenta. Pero no servía de nada porque no sabrían a dónde me habían traído.

―¿Te conformaras con un poco de mi sangre? ―le pregunté al chico.

―No voy a pedirte que me des tu sangre... ―Se quejó.

𝙚𝙣 𝙡𝙖 𝙤𝙨𝙘𝙪𝙧𝙞𝙙𝙖𝙙 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora