Dicen que en el amor y en la guerra todo lo vale, pero... ¿Qué hay del deseo?
¿Las ganas inmensas que tienes de pecar, y que lamentablemente no puedes saciar?
Todo eso se define en una sola palabra: pecar, y vaya que me encantaba hacerlo.
Si pudier...
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=Narrador Protagonista=
~Samuel~
—¡Oh, vamos Deluque!—los gritos de mi compañera llegaron a mis oídos.
—¿Humn?—musité, pues no le había escuchado anteriormente.
—¿Vamos a tomar un café?—parpadea un par de veces para así notar como sus iris brillan. Ese era su truco para que siempre dijera si.
Truco que siempre funcionaba, a lo que yo solté un suspiro cansado, pues después de haber analizado al fin el plan de acciones de la empresa que el señor Rubio me había entregado, como mínimo necesitaba un descanso de cinco minutos.
—Vale, esta bien—me encogí de hombros, pues tampoco era como si tuviera opción.
Le miro sonreír de oreja a oreja, para luego enredar su brazo con el mío. Y así, caminar rumbo a por un café.
En el camino decíamos bromas de vez en cuando, mientras otras veces nos quedábamos en un silencio cómodo. Más cómodo que el que siento con Kristina cuando esta chica no suelta palabra alguna, mejor dicho, cuando esto suele pasar el miedo me consume, pues varias veces he tenido que escapar de aquella mirada...
Me estremecí al recordar lo aterradora que podía llegar a verse una chica tan amistosa como lo era Kristina. De la nada escuché como mi acompañante soltaba un mohín.
—¿Qué pasa?—mierda, si lo notó.
—Nada, un mal recuerdo, nada más—dije rápidamente para saciar sus dudas de una vez por todas, pues como la chica estaba en este momento estudiando periodismo sabía muy bien como interrogarme.
—Ya veo...—no sé si fue imaginación mía, pero alcancé a escuchar como soltó un suspiro algo cansado. Estará... ¿decepcionada? y si era así, no era como si algo cambiara, pues básicamente éramos simples amigos de trabajo que de vez en cuando iban juntos a tomar un café.
Si era así...aún así no le prestaría mucha atención, ni me preocuparía demasiado. Pues no sería la primera vez que decepciono a alguien, aunque fuera por simples cosas.
—¡Samuel! ¡¿Dónde estás?!— escuchaba como los gritos de mi padre llamándome resonaba en las paredes de la casa.
Pero ni loco iba a salir, mucho menos cuando...cuando la anterior vez golpeó mi cabeza contra la pared solamente por no haber entregado unos trabajos a tiempo...
Fue horrible, habían pasado unos días desde aquel golpe pero aún así seguía sintiendo como mi cabeza seguía teniendo un leve hinchazón.
—¡Samuel! ¡maldito holgazán!—cubro rápidamente mis orejas con mis manos, pues cada vez se escucha más fuerte—¡Bueno para nada, sal de una vez por todas!—escondí la cabeza entre mis rodillas.
