02

193 60 45
                                    

Cuando la década de 1950 llegó, la presión social que Min Yoonji tenía sobre sus hombros incrementó, ya que para su edad la soltería que aún poseía intacta estaba jugándole un factor de desprecio para ella y su familia. A sus 23 años se encontraba a punto de concluir una carrera que le dejaba un tanto insatisfecha, debido que al campo al que aspiraba no había cavidad para una mujer. Si tan solo fuese varón como su padre o sus compañeros de universidad todo habría sido distinto, eso solía pensar todas las noches cuando caía en la cama cansada por haber devorado aquellos libros que con esmero había recolectado el verano pasado con un empleo de medio tiempo en la biblioteca de la ciudad. Pero Min yoonji no podía quejarse, al menos había conseguido continuar estudiando aún con el impedimento de su padre, un hombre que constantemente le había repetido que sus estudios se irían a la basura cuando contrajera matrimonio, pues al ser una mujercita debería permanecer en casa jugando el rol de la esposa perfecta.

Para Yoonji, esa imagen estereotipada de la mujer abnegada a su esposo le parecía ridícula, ella quería continuar dentro del campo laboral que su carrera podría ofrecerle, aunque no podía aspirar a algo estratosférico,  lucharía por postularse como seminarista; pues a su perspectiva, no había buenos profesores de física y matemáticas enseñando en las escuelas. Si no podía aspirar a ser parte del amplio gremio de los científicos, entonces contribuiría enseñando a amar las matemáticas a cientos de jovencitos.

—¡Yoonji! Baja ya, si no bajas en este instante te irás sola al instituto, no pienso perder mi tiempo esperándote — una voz profunda resonó fuera de su habitación, aquella frase pronto disminuyó su volumen, debido a que su padre pronunció la oración mientras bajaba las escaleras alentando a su hija a salir pronto de aquella habitación.

La chica no tardó mucho en abrir la puerta e ir detrás de aquel hombre, solo había tomado una bolsa amarilla, un tanto pequeña donde probablemente traía solo lo indispensable. La bolsa era anticuada y no combinaba con el pantalón acampanado de color vino y ni hablar de la camisa de 3 cuartos de manga color café, la chica no se preocupaba tanto por su estilo, a pesar de que la moda en 1950 estaba al alcance de cualquier jovencita, a Yoonji no le interesaba ningún estilo como los que podía ver en la televisión, solo le interesaba en leer y cultivar el conocimiento que se plasmaba en los libros.

—¿Por qué vas vestida así? Es la primera semana de clases, si continuas de ese modo no lograrás conseguir un buen prospecto. Piensa en lo que dirán nuestros conocidos, estas aspirando a ser una solterona — su padre negó un par de veces mientras mantenía la mirada centrada en la carretera. Aquel auto era tan incómodo para Yoonji, el olor a tabaco estaba impregnado en cada rincón, aquella chica no comprendía por qué el porte de cada ser humano se definía con la marca de cigarrillos.

—Voy a estudiar, no voy para conseguir marido — Yoonji pronunció en un leve bufido.

—Eso debería de mantenerme feliz, después de todo sigues siendo mi princesa — aprovechando que el tráfico no les dejaba avanzar, aquel hombre posó su mano sobre la pierna delgada de su hija, volteo la mirada lentamente y le sonrió a un rostro lleno de miedo y rabia. Yoonji apretó su mandíbula y decidida abandonó el auto.

A pesar de que se encontraba en media carretera, caminó hasta la acera, abrazó sus libros y corrió en dirección a la universidad, en su caminar se cuestionó cual había sido su error, después comprendió, que el error no era de ella, más bien el error radicaba en la sociedad solapadora que impulsaba la imagen del hombre exitoso como un sobajador y el rol femenino como el de la mejor ama de casa.

Su mirada perdida y sus pies decididos subieron la escalinata que le permitiría el acceso al edificio, pero no se dio cuenta cuando un peso seco se impactó contra ella.

1950: Promesa CelestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora