Capítulo 5: Fiesta Italiana

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Después de sumergirme en un sueño profundo, donde mis pensamientos aún giraban en torno a ese misterioso alemán, las horas pasaron volando. Desperté con la cara hundida en la almohada, empapada de saliva, pero sintiéndome completamente revitalizada. Definitivamente había sido una buena siesta. Al incorporarme, me permití unos momentos para apreciar la vista desde la ventana de mi habitación en el hotel. El sol comenzaba a iluminar Montecarlo, pintando la ciudad de un tono anaranjado. Sin lugar a dudas, esta era una ciudad hermosa.

Me encaminé hacia el baño, decidida a darme una ducha, pero unos golpes en la puerta me detuvieron en seco. Me acerqué y abrí la puerta para encontrarme con mi padre, quien me miró burlonamente al ver mi rostro medio humano, medio zombi. Rodé los ojos en respuesta; siempre me molestaba con la misma broma.

"Mattia llamó. Nos invitó a la fiesta de cumpleaños de su hija, Chiara", anunció mi padre mientras entraba en la habitación y se detenía un momento para mirarla de arriba abajo. "Es la primera vez que encuentro tu habitación ordenada", comentó riéndose.

"Son los aires de Mónaco", respondí con una sonrisa. Sentía que era cierto, desde que llegamos me sentía diferente, renovada. Quizás eran los aires de cambio que tanto necesitaba. "País nuevo, vida nueva".

"Bueno, nos iremos a las 10. Arnold vendrá por nosotros. Solo tendrás que cambiarte. Será más una fiesta que un cumpleaños. Ya sé que me vas a decir que no tienes ropa para ponerte, pero no es verdad", dijo mi padre mientras dejaba asomar el brazo que tenía detrás de la espalda. Pude ver una bolsa que colgaba de su mano y la agarré emocionada.

"¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!", le agradecí saltando en sus brazos.

"Nada que agradecer, amo verte feliz, aunque sea con los pequeños detalles. Eres lo más importante que tengo en esta vida. Nunca olvides eso", me recordó mientras me daba un beso en la frente.

"Y tú eres lo más importante de la mía", respondí, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar de mis ojos.

"Todas dicen eso hasta que te cambian por el novio", bromeó. Reí ante su comentario. Este hombre podía hacerte llorar y reír al mismo tiempo. Eso era lo que hacía especial nuestra relación: compartir los buenos momentos juntos, porque el tiempo no retrocede.

"Obviamente eso no va a pasar. O al menos no dentro de los próximos dos meses, cuando consiga uno", bromeé, provocando otra risa de mi padre antes de que se marchara.

Finalmente, llegué al baño para terminar lo que había comenzado antes. Ya tenía todo listo: toallas, jabón, champú y acondicionador. La ropa interior la dejé sobre la cama junto con la bolsa que mi padre me había regalado.

Lentamente, entré a la ducha para asegurarme de que el agua estuviera a la temperatura adecuada. Me sumergí en el calor del agua, sintiendo cómo empapaba mi piel. Tomé el jabón y lo extendí por todo mi cuerpo, disfrutando de la sensación del agua que caía sobre mi rostro. Mientras cerraba los ojos, la imagen de Mick, el alemán que me había cautivado, se materializó en mi mente. Me preguntaba qué estaría haciendo en ese momento. Su rostro, sus ojos color cielo, su espalda ancha y esos músculos. Mi mente comenzó a divagar hacia pensamientos indebidos, pero finalmente decidí salir de la ducha y vestirme.

Salí de la ducha y me envolví en una toalla, colocando otra sobre mi cabeza. Me puse las pantuflas con el logo del hotel y caminé hacia la cama para ponerme la ropa interior. Luego, abrí la bolsa que mi padre me había dado para ver lo que había comprado. Había tres vestidos: uno rojo con lentejuelas formando un diseño de flores, uno marrón ajustado al cuerpo de terciopelo y otro negro, mucho más ceñido al cuerpo, de una tela parecida al látex. Definitivamente, mi padre conocía mis gustos. Aunque no solía usar ropa ajustada, pensé que podría ser adecuado para una ocasión especial. Elegí el vestido marrón para combinarlo con unas botas altas negras que había traído. Terminé peinándome y rociándome con perfume. Luego, seleccioné algunos accesorios que hicieran juego con el atuendo y agarré un bolso negro con una cadena plateada. Guardé las cosas más importantes en él: billetera, celular y un labial, listos para afrontar la noche.

Cuando estuve lista, salí de la habitación y me dirigí a la recepción. Mi padre ya me había enviado un mensaje diciendo que lo esperara allí. Al llegar, entablé una conversación con el conserje, quien me proporcionó información sobre el país y los lugares turísticos que debía visitar. Apenas habían pasado unos días desde que nos mudamos a Mónaco, y ya había tenido la suerte de conocer dos restaurantes, pero esperaba seguir explorando más lugares.

En el momento justo, vi a mi padre salir del ascensor. Se acercó con una sonrisa en el rostro.

"¡Por Dios, mi hija ha heredado mi belleza!", me alagó mientras ofrecía su brazo para que lo tomara. Caminamos juntos hacia la salida, donde Arnold ya nos esperaba para abrirnos la puerta de la limusina. En cuestión de segundos, estábamos en camino hacia el cumpleaños de Chiara. Según lo que me había contado Mattia, su hija cumpliría veinticinco años. Esperaba poder llevarme bien con ella y hacer nuevos amigos en este lugar.

Al llegar, no pude evitar notar un enorme cartel

en la puerta del lugar que decía: "Benvenuti alla festa di Chiara" (Bienvenidos a la fiesta de Chiara). Al entrar, nos recibieron Mattia y su esposa Sabina.

"Sabina, es bueno verte después de tanto tiempo", dijo mi padre mientras la envolvía en un cálido abrazo.

"Non posso crederci, Amelia è piuttosto una donna" (No puedo creerlo, Amelia ya es toda una mujer), dijo Sabina, abrazándome a mí también.

"¿Marco anda por aquí?" preguntó mi padre mientras miraba a la pareja.

"Es probable que ya esté tomando algo con sus amigos", respondió Mattia con un gesto de resignación. Miré a mi alrededor y vi a muchas personas bailando, la mayoría de mi edad. La música sonaba alta, pero aún podía escuchar a mi padre charlando con la pareja. La gente bailaba con entusiasmo, algunos incluso enardecidos. De repente, una morena se acercó a nosotros, luciendo un sombrero verde sobre su cabeza. Era sin duda la cumpleañera.

"¡Feliz cumpleaños, Chiara!" exclamó mi padre. "Veinticinco años ya, es increíble. Parece que fue ayer cuando, junto con tu padre, te llevábamos a ver coches".

Chiara era la viva imagen de su padre, con los ojos de su madre. Ella me miró.

"Amelia, vaya, tú también has crecido. Cuando eras una bebé, yo perseguía a tu padre para que me dejara cargarte. No sé en qué momento desapareció mi instinto maternal", comentó mientras se reía. "Ven, vamos a divertirnos", dijo, extendiendo su mano para que la tomara. Me llevó al centro de la pista de baile. El DJ puso "Uptown Funk" de Mark Ronson. Al principio me sentí un poco cohibida, pero después de ver cómo Chiara se movía de un lado a otro, comencé a seguir sus pasos. Estaba claro que ella se estaba divirtiendo sin importarle lo que pensara la gente. A pesar de que no nos habíamos visto durante tantos años, la conexión seguía ahí. Bailamos juntas durante un largo rato, riendo a carcajadas. Estaba exhausta y podía sentir las gotas de sudor en mi frente. Sin embargo, Chiara seguía arrastrando a la pista de baile a todo aquel que se cruzaba en su camino.

Sin lugar a dudas, la familia italiana sabía cómo divertirse. Eran amorosos y divertidos. Cerca de las 6 de la mañana, algunos seguían bailando mientras otros se retiraban. Mis pies estaban hechos polvo, no podía soportar ni un segundo más. Estábamos a punto de marcharnos cuando la familia Binotto nos dio las gracias. Al saludar a Marco, él tomó mi mano y dejó un pequeño trozo de papel doblado.

"Sei bellissima, questo è il mio numero, +39 03254 124523" (Eres hermosa, este es mi número), decía el mensaje.

No podía creer que me hubiera dado su número. Me sentía emocionada y un poco nerviosa. Arnold nos estaba esperando para llevarnos de regreso al hotel. Al llegar, mi padre se despidió de mí y cada uno fue a su habitación. Tomé una ducha rápida para refrescarme. Miré fijamente mi teléfono, debatiéndome si debía escribirle o no a Marco. Parecía un chico agradable, pero el alemán de ojos celestes aún rondaba mis pensamientos. Aunque sabía que estaba soltera y podía escribir a quien quisiera, no podía evitar sentirme un poco insegura. Finalmente, tomé una decisión. Guardé su número en mi teléfono y le envié un mensaje.

Amelia Maxwell: ¡Hola! Soy Amelia.

Italiano sexy: Escribiendo...



Amor a la Alemana | Mick SchumacherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora