Tanto el alemán, Mick, como el monegasco, Charles, habían visto mi historia en Instagram. La reacción de Mick era lo que más me preocupaba. Después de haberle confesado sus sentimientos, publiqué una foto muy cariñosa con Charles. No fue intencional, pero quizás eso es lo que parecía. No me crucé con Mick el resto del día. Luego de regresar del centro comercial, comí algo en el buffet del hotel y me retiré a descansar. Había sido un día agotador pero gratificante; había explorado más de Montecarlo y me había tomado fotos con mi antiguo amor platónico de la adolescencia. Cuando volví a la realidad, me sentí culpable por no haberle dado una respuesta a Mick. ¿Debería escribirle? ¿Qué habrá pensado de las fotos con Charles? Estas preguntas daban vueltas en mi cabeza. Él había actuado de manera infantil, y yo también lo había hecho. Me arrepentía de nuestro enfrentamiento. Miré su nombre en mi lista de contactos durante mucho rato, debatiendo si debería o no contactarlo. Eran las once de la noche cuando finalmente me dejé llevar por el sueño y caí en un profundo sueño.
La alarma sonó temprano, despertándome a las nueve y media de la mañana. Como de costumbre, comencé a ordenar y a cambiar las sábanas de la cama. Luego, me vestí cómodamente para salir a desayunar, aunque planeaba darme una ducha más tarde. Cuando llegué al buffet, mi padre ya estaba allí, leyendo el periódico como de costumbre. Lo saludé con un beso en la mejilla antes de tomar un plato para servirme el desayuno. Opté por dos croissants, dos muffins, una gigantesca galleta con chips de chocolate y un sándwich de jamón y queso. Para beber, me serví un café con leche. En este viaje, decidí no privarme de nada. Finalmente, me senté frente a mi padre.
"¡Buenos días! ¿Cómo dormiste?", preguntó mi padre.
"Muy bien, gracias", respondí mientras daba un sorbo a mi café.
"¿Cómo estás? Me refiero a después de todo lo que ha pasado. Sabes que siempre puedes confiar en mí", preguntó, mostrando empatía.
"Lo sé, lo sé. Estoy bien, de verdad", respondí con seguridad, continuando con mi desayuno mientras mi padre volvía a su lectura. La comida en este hotel era, sin duda, deliciosa, justo lo que se esperaría de un hotel de cinco estrellas. Mientras disfrutaba de mi sándwich, recibí un mensaje directo en Instagram. Era Charles.
Mensajes
@Charles_Leclerc: Bonjour, belle demoiselle*
@Amelia.Maxwell: ¡Buenos días Charles!
@Charles_Leclerc: Perdón por molestar tan temprano, pero quería invitarte a la fiesta que organizará Pierre. Si dices que sí, pasaré a recogerte.
@Amelia.Maxwell: ¡Claro! No puedo negarme, menos aún si el que invita es el mismísimo Leclerc.
@Charles_Leclerc: Perfecto, paso por ti a las 10 p.m.
@Amelia.Maxwell: Genial, nos vemos luego.
La conversación con el monegasco provocó una sonrisa en mi rostro. Mi padre bajó el periódico para verme con una ceja alzada.
"¿Quién le habrá escrito a mi hija para que tenga esa sonrisa?", preguntó con curiosidad.
"Es Leclerc", le dije, incluso yo tenía dificultades para creer que estuviera hablando con él.
"¿Leclerc? ¿De dónde viene eso?", parecía que mi padre no entendía.
"Es una larga historia", contesté mientras soltaba una carcajada, él simplemente encogió los hombros y no siguió preguntando, por si acaso. La tarde transcurrió con normalidad. Mi padre se fue con Arnold a ver un partido de tenis, su segundo deporte favorito después de la Fórmula 1. Yo pasé la tarde viendo películas y disfrutando de una tarde tranquila antes de la fiesta de esa noche, mi primera en Mónaco. Estaba emocionada pero también nerviosa. ¿Cómo serían las fiestas de los pilotos de Fórmula 1? Me las imaginaba llenas de emoción y sorpresas.
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Amor a la Alemana | Mick Schumacher
Hayran KurguAmelia, una joven muy conocida en el medio nacional e internacional. Nacida y criada en Argentina, actualmente viviendo en Mónaco, Montecarlo. Hija de Roberto Maxwell, un empresario en la industria de automovilismo. Ex piloto y campeón con 30 victor...