Prisioneros del tiempo y espacio

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— Ya estuve una vez aquí contigo, viendo las luces del horizonte desvanecerse, viajando a la velocidad de la luz y atravesando una ciudad asediada por criaturas celestiales. Estuvimos en este mismo tren a oscuras hablando sobre lo que haríamos con nuestras vidas al separarnos. Éramos dos almas perdidas que luego de encontrarse discutían como olvidarse. 

 La muchacha apoyó su cabeza en mi hombro y cruzó sus brazos para protegerse del frío de su soledad, mientras yo mantenía mi vista fija al frente, observando con asombro como las entidades espaciales caían a escasos kilómetros de nosotros y adornaban la escena con destellos de todos los colores. Esta sería la última vez que nos veríamos, estaba consciente de ello; luego de hoy nuestras vidas tomarían direcciones opuestas. Uno de nosotros sería condenado al olvido y el otro a rememorar nuestra corta, pero intensa historia por toda la eternidad. 

 — ¿Recuerdas lo que ocurrió después? — Pregunté.

 — Fingí que me quedé dormida. — Respondió ella, cerrando los ojos y dejando escapar un suspiro — Por primera vez en mi vida me sentía acompañada, recorrimos medio mundo para conocernos y al estar tan cerca me sentí feliz. Pensé en el gatito de la tienda de antigüedades que se enamoró de mi cabello y en el hombre de mal aspecto del que te hiciste amigo para conseguir los mejores puestos, también pensé en lo hermosas que eran tus ciudades y me sorprendía que pudieras soportarlas en tu espalda... Te quise. Te quería ver en mi mente y que fueses mi último pensamiento antes de dormir. 

 Me mantuve rígido ante su fuerte confesión. Cualquier cosa que yo pudiese decir en ese momento iba a estropearlo todo y aunque estaba cansado de repetirlo una y otra vez, no quería cambiar sus palabras, incluso si eso significaba quedar prisionero en el algoritmo de recursividad diseñado por el mismo maniático que hizo coincidir nuestros caminos en un principio. Esperé por el final, pero antes de que este llegara, mi querida compañera dijo una última cosa. 

 — Tuve miedo porque me hiciste cuestionar toda mi vida y aunque regresara a casa, ese nunca sería el lugar donde quería estar. Tú diste vuelta a todo y solo necesitaste unas horas, así que cerré mis ojos para fingir soñarte porque te admiro y mereces que alguien te piense antes de ir a dormir. Haré lo mismo ahora porque nuestro destino es encontrarnos este mismo día para recordarnos y al llegar a la última parada olvidarnos, para siempre. 

 No me parecía justo. Ciertamente ella lograría olvidarme, pero a mí me iba a tocar documentarlo en páginas de papel y leerlas toda mi vida. Esta habilidad para escribir es más un castigo; donde quiera que voy, mi pasado me acompaña en mis letras. Los años pasarían y ella viviría aventuras igual de emocionantes, olvidaría mi nombre y el día que nuestros mundos hicieron colisión. Yo por otro lado, permanecería encerrado en este mismo tren en un viaje hacia la perdición.

Nacido del vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora