d i e c i s é i s

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Jimin era un joven de palabra

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Jimin era un joven de palabra.

Lavó la prenda y la dejó secando bajo la sombra para no estropear las fibras de algodón. Dobló de forma ceremoniosa la tela. Lo único que restaba era entregársela a Yoongi. Vio la camisa con cierto orgullo. Su madre no tuvo fe, pero cuando Jimin prometía algo, lo cumplía.

Claro, por supuesto que, no era debido al irrevocable hecho de que las fibras habían perdido por completo el aroma mentolado. Sacudió esa idea de su cabeza. Nada tenía que ver. Guardó la camisa en una bolsita de papel, una vez que regresará la prenda de vestir a su dueño todo se solucionaría. Jimin dejaría de ser un deudor.

Se apresuró a meter la pequeña bolsa de papel marrón en su mochila, casi era la hora de ir a casa de Taehyung. Se había vuelto una costumbre ir a la escuela con él. Se saltaba las discusiones matutinas y evitaba las preguntas curiosas de sus hyungs, que a pesar de haber estado detenidos en la comisaría, seguían teniendo cierto interés en saber cuál era la naturaleza de su relación con Min Yoongi, quién guardaba un lugar especial es sus corazones como el chiquillo que los denunció.

Colocó la mochila sobre sus hombros y salió de su habitación, minimizando el ruido de sus pisadas, escabulléndose con éxito al primer piso. Las luces estaban apagadas y el sol aún se ocultaba. Las alarmas no tardarían en sonar. Fue a la cocina buscando algo que engullir antes de salir de ahí. Encontró bolas de arroz dentro de un recipiente sin refrigerar, tomó una y se la llevó a la boca. Jimin no era bueno con la comida caliente, le iba perfecto el bocadillo diurno. Le dio otra mordida, apresurándose a tomar el almuerzo que su mamá dejó previo, la noche anterior. Se esforzaba en que sus hijos tuvieran una buena alimentación. A pesar de ser una mujer con muchas responsabilidades, disfrutaba de las actividades culinarias y mantener a su familia con el estómago feliz.

Terminó de comer la bola de arroz. Abandonó la casa sigilosamente con el almuerzo en la mano. Sabía que sus padres estaban preocupados por su insistente actitud evasiva, no podía controlarlo. Era un adolescente. Simplemente, estaba cómodo manteniendo el menor contacto posible por ahora.

El aire frío le caló los huesos, recordó la sudadera negra que tenía dentro de la mochila. Se la colocaría una vez estuviera en el pórtico de la casa de los Kim. Presuroso, cruzó la calle, notando la ausencia de personas. Una solitaria acera como de costumbre y solo apenas algunas luces dentro de las casas encendiéndose para iniciar un nuevo día.

Se detuvo al pie de la puerta, dejó el almuerzo sobre el piso y se quitó la mochila, buscando con agilidad el suéter mullido que usaba las frías mañanas cuando aún no caía nieve. La pieza le quedaba dos tallas más grande, siendo aún un estilo oversize. Hoseok le dio la prenda pensando que crecería en ella, pero desde hacía un año todavía no podía llenarla satisfactoriamente, tendría que crecer más, supuso. Se acomodó la capucha y peinó sus cabellos de nuevo, buscando verse presentable. Acomodó sus pertenencias y esperó un breve momento hasta que la luz de la sala se iluminó.

EL ENCANTO DE LA BESTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora