(IV)

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Los rayos de sol se colaron por la ventana de la habitación de los niños, Jake fue el primero en despertar. 

― ¡Arriba todos! 

― ¿Qué ocurre? ―Heeseung abrió un poco los ojos para ver a su hermano―. Es temprano aún. 

― Sunghoon, levántate. 

― ¿Qué pasa? ―respondió Sunghoon con la voz aún un poco ronca. 

― Hoy es Navidad, tus papás dijeron que saldríamos todo el día y que de noche vendríamos a comer en la casa, tienes que levantarte para tener tiempo de ir a subirnos a la montaña rusa, comer algodón de azúcar, tomar helado, subirnos al carrusel, probar todos los juegos y que Hee hyung nos gane un peluche ―Jake volvió a sacudir a Sunghoon―. Tienes que levantarte, vamos. 

― No quiero, tengo mucho sueño ―los niños, de ahora diez años, eran muy diferentes entre sí, mientras que Sunghoon era calmado y paciente, Jake era un tornado hecho persona, tenía tanta energía. 

― ¿Y si te pellizco la mejilla? 

― Seguiré teniendo sueño, no importa lo que hagas ―Jake suspiró y bajó la divertida y atenta mirada de su hermano se inclinó un poco para besar los labios de Sunghoon, había visto que su madre hacía eso para despertar a su padre y quería intentarlo, si a ella le funcionaba debía funcionarle a él también. 

― ¿Qué tal eso? ―otro besito, y otro más, Sunghoon sentía su infantil corazoncito latir muy rápido, se le saldría del pecho a ese ritmo. 

― Ya, ya, ustedes dos, sepárense. 

― Ya estoy despierto ―Sunghoon besó la mejilla de Jake como hacía todas las mañanas en el colegio o cuando se veían en las vacaciones, era su forma de saludarlo. 

― Sunghoon, ve a ducharte primero, yo te busco la ropa. 

― Sí hyung. 

Cuando Sunghoon ya no estaba, Heeseung tomó a Jake de los hombros y lo sentó en la cama. 

― ¿Por qué hiciste eso? 

― Mami lo hace cuando papi no se quiere despertar. 

― Pero ellos están casados. 

― ¿Y qué? 

― Ustedes son amigos. 

― ¿Está mal? ―Heeseung sabía que dijera lo que dijera, Jake seguiría haciendo eso. 

― No, pero eso lo hacen las personas que se gustan. 

― Me gusta Sunghoon. 

― Eres muy pequeño para saber lo que es tener novio. 

― Ah, cierto, tú eres un anciano, por favor, tengo diez años, no cinco. 

― Bien, bien, como digas, iré a ver que les pongo. 

Sus padres habían tenido que viajar esa Navidad, así que los habían dejado con los Park. 

― Que lindos ―como las madres de ambos niños eran amigas, les habían comprado unos atuendos a juego―. Se te hacen ondas en el cabello, igual que a mamá. 

― Tu cabello es lindo. 

― Gracias Honey. 

― Vengan a desayunar. 

― Ya vamos señor. 

Los tres niños bajaron corriendo. 

― ¿Cómo amanecieron? 

Nuestro último diciembre | jakehoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora