CUATRO

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EVIE 

Estoy de pie en la cocina. La joven psicópata está sentada en la mesa, mirándome fijamente. Me tiembla el cuerpo. Aún no me ha dado el móvil y hace ya rato que estamos en silencio. No sé qué hacer, no sé qué quiere de mí. Parece que realmente no ha venido a hacerme daño. Viste una camiseta blanca de tirantes. Sus ojos verdes resaltan en la penumbra de la cocina. Su piel es blanca como la leche, y su energía muy inquietante. Es una chica que impone. Con solo mirarte, consigue que tu corazón bote como loco.

—Estaría bien si me ofrecieras una cerveza —dice, rompiendo el silencio.

¿Una cerveza?

No puedo analizar la situación.

Una loca, a la que he visto asesinando a una persona, se cuela en mi casa como si fuera lo más natural del mundo, me persigue hasta agarrarme del cuello, dice que ha venido a devolverme el móvil y ahora me pide una cerveza. Esta está siendo la situación más irreal de mis cuarenta años de vida. Tengo varios tipos de cerveza en el frigorífico, no sé cual debo darle.

—¿Te da igual la que sea? —pregunto con miedo.

—Sí, cualquiera estará bien, gracias.

¿Gracias?

«Si tiene educación y todo».

Agarro mi favorita, no quiero que se enfade. ¿Y si no le gusta y me pega un tiro en la cabeza? La dejo sobre la mesa y esta le da un apresurado trago, tiene sed. Sus ojos se clavan en mi cara.

—¿Y algo de comer?

Quedo bloqueada unos segundos.

—Comida —repite—, lo que sea.

Asiento a toda prisa y voy a sacarle algo de la despensa. Siento sus ojos en mi nuca, me está observando y estoy realmente nerviosa.

—Estás temblando —escucho que dice.

Cierro los ojos con fuerza y me giro lentamente. Asiento con la cabeza, no me salen las palabras del cuerpo. Ahora sabe que no soy capaz de controlar la situación. Demasiada presión. Lo único que deseo es que llegue Milo de una vez por todas.

—No estés nerviosa. Esto es una reunión de amigas.

¿Reunión de amigas?

Vuelvo a girarme para abrir el cajón donde guardo los cuchillos. Los tengo ordenados de los más pequeños a los más grandes. Los observo unos segundos, pensando en la posibilidad de esconderme uno y atacarle si es necesario. Por mi mente vuelvan en milésimas de segundo las distintas posibilidades de defenderme. Es una chica dura, que sabe muchas técnicas. Tengo todas las de perder, lo sé. Pero habrá que luchar en caso extremo.

—Vamos —susurra desde la silla—, coge uno si te sientes más segura con él en la mano.

El corazón sube a mi boca al escuchar esta frase. ¿Cómo me ha visto? ¿Cómo sabe lo que estoy pensando si acabo de abrir el cajón y no he tocado nada? Esta chica realmente me pone la carne de gallina.

—El más grande si quieres —dice—, pero no lo vas a necesitar, porque no vengo a hacerte daño. Ya te lo he dicho.

Su voz me provoca escalofríos, y a la misma vez resulta encantadora y excitante. Con algo de picar, vuelvo a la mesa y me siento a su lado. Mi cuerpo está rígido, tanto que me duele. Es desconcertante que ella esté tan tranquila, como si estuviera en su casa. Como si viniera a cenar aquí conmigo cada jueves. Su naturalidad y su turbadora energía me bloquean.

—Encantada de conocerte —dice tras llevarse un cacahuete a la boca, lanzándolo por el aire.

—Igualmente.

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora