Dieciocho

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EVIE

El brazo de Dasha cada vez está más empapado de sangre. Me preocupa que la herida sea más profunda de lo que se imagina. Ella camina tranquilamente. Llevamos un rato en silencio. De nuevo, no sé a dónde vamos. La observo caminar. Es elegante. Transmite seguridad y una fuerza increíble. Cuando me doy cuenta estamos frente al hotel. Frente al hotel en el que estoy con Milo. Siento un vuelco en el estómago. No pretenderá entrar como si nada. ¿Y mi marido? Un nudo se forma en mi garganta al recordar que se lo ha contado todo. ¿Estará en la habitación?

—Qui, ¿quieres entrar? —pregunto con miedo. Esta arquea las cejas.

—¿Es una invitación?

La miro frunciendo el ceño y sacudo la cabeza.

—No.

—Tengo que entrar —Asegura, señalando la herida de su brazo con la cabeza—. Necesito curarme esto.

—¿Y Milo?

—No pasa nada. No me da miedo.

Escuchar esa frase me desconcierta. ¡Ya sé que no le da miedo! ¿Por qué iba a darle miedo mi marido?

—Puede que sea más fuerte que yo —sigue diciendo—. Pero no puede conmigo. Venga, tienes que curarme.

—Pero...

No me escucha. Antes de que pueda continuar la frase, ya está entrando por la puerta. Subimos en el ascensor. La tensión en el ambiente. Ella me mira de reojo de vez en cuando. Es la primera vez que no tengo miedo estando a su lado, que siento que de verdad mi vida no corre peligro. Podría decir que, me agrada estar con ella. Me siento segura estando a su lado. Sé que nada malo va a pasarme. Ella no va a permitirlo.

Abro la puerta de la habitación, con la esperanza de que Milo no esté. Dejo escapar el aire contenido al ver que no está. ¿Debería de preocuparme? Lleva demasiado tiempo fuera. Dasha entra, dejando que cierre la puerta tras ella. Se sienta en el suelo, apoyando la espalda contra la cama. Está exhausta. Cierra los ojos y deja escapar un largo suspiro. Gemidos de dolor salen de su boca. Una pena inmensa me invade por dentro. Su pecho sube y baja a toda velocidad.

—Voy a ver qué tengo para eso —anuncio.

—Estoy harta de esto —suspira.

Escuchar esto me llama la atención. Vuelvo a girarme para mirarla. Sigue con los ojos cerrados. La expresión de su cara habla por sí sola.

—Estoy cansada —sigue diciendo—. Quiero dejarlo.

—¿Cómo? —me acerco a ella, interesada en la conversación. Dasha, la Dasha que tanto parece disfrutar con lo que hace. Esa chica que te mata con la mirada. Que chasquea los dedos y caes muerto. Esa Dasha está diciendo que está casada de lo que hace. Cada vez estoy más segura de que ella no ha elegido esta vida.

—Quiero salir de aquí —jadea. Abre los ojos, para encontrarse con los míos—. Esto es una mierda, Evie.

—Lo sé —le digo—. Te entiendo. De verdad que te entiendo. Ya sabes que no te mereces esto. Puedo ayudarte.

—¿Cómo lo harás?

No respondo. No sé qué decirle.

Ella niega con la cabeza y comienza a quitarse la camiseta, entre muecas de dolor, para que le cure la herida. Está roja y fea. No para de sangrar. Es como si alguien se hubiera dejado el grifo abierto. Sale despacio, pero abundante. Es un corte profundo.

—Necesitas puntos —sentencio.

—¿Qué?

—Sí. Yo lo haré —Me apresuro a ir al aseo, donde guardo el botiquín. Siempre lo llevo conmigo. Soy de esas a las que le salen heridas por todas partes cuando sale de viaje. Vuelvo con los instrumentos necesarios. Unas tijeras, hilo, una aguja y unas pinzas de las cejas—. Toma, sujeta esto.

Le tiendo las pinzas. Esta se cierra la herida y yo coso, o intento coserla, ayudándome con las tijeras. Esta se queja. Se retuerce. Cierre los ojos. Se muerde los labios. Si no fuera tan fuerte, estaría gritando desconsolada. Yo lo estaría. Tiene una pinta muy fea.

—Aguanta un poco más —susurro metiendo la aguja con el hilo en su piel. Esta hace la cabeza hacia atrás y sigue jadeando de dolor—. Venga. Esto no es nada.

Doy un par de puntos más y hago un nudo. Lo miro orgullosa. No ha quedado tan mal. Para no ser médio, ni enfermera. Ni haber curado nunca a nadie de esta manera, me ha salido bastante bien.

—No quiero seguir con esto —lloriquea.

—Tranquila —cojo su cara entre mis manos y la acaricio, limpiándole las lágrimas con los pulgares—. Aséate un poco. Esto ya está. Creo que deberías de comer algo.

—Ayúdame, Evie —solloza.

—Ya está —vuelvo a decir—. Ya te he curado. Ya no sangras.

—No. Ayúdame.

Tengo claro a lo que se está refiriendo. La dulce y bella Dasha se está dando cuenta de que no quiere seguir con esto. No quiere seguir matando a gente así como así. Me asustaría saber los años que lleva haciendo esto. Todas las vidas que lleva a sus espaldas. No me extraña que esté cansada. ¿Por qué se está dando cuenta precisamente en este momento de su vida que esto no es lo que quiere? Cuando me vengo a dar cuenta, se ha quedado dormida. La agarro de los hombros y la subo a la cama. La pongo cómoda, le quito los zapatos y le acerco varios cojines. ¿Qué hago ahora si viene Milo? ¿Tendrá razón Dasha cuando me ha dicho que se ha ido del país, que no quiere saber nada más de mí porque soy una asesina? Se me revuelven las tripas.

Media hora después, ante la ausencia de mi marido, agarro el móvil y marco su número.

—¡Milo! —digo nada más escucharle. ¡Está vivo! Al menos puedo respirar tranquila. A decir verdad, no me fiaba mucho de lo que Dasha pudiera haberle hecho en ese encuentro—. ¿Dónde estás?

—Tranquila, Evie —dice—, estoy bien.

—¿Por qué no vuelves? —No pienso preguntarle por su encuentro con la loca. ¿Y si no se han visto y me ha tomado el pelo? Igual solo me está vacilando y quiere meterme en un lío. Tampoco voy a decirle que la tengo aquí, durmiendo en nuestra cama.

—No sé, Evie —suspira—. Necesitaba pensar.

—¿Pensar?

—Sí.

Silencio.

—Pensar ¿en qué?

—Todo esto es muy raro —suelta de repente. No sé a qué se está refiriendo y él se imagina la cara de desconcierto que estoy poniendo. Así que, se encarga de explicarse—. Este viaje a lo loco. Es raro, Evie. Y me gusta. No puedo decir que no. Siempre me ha gustado tu espontaneidad. Pero se me está haciendo muy raro. Hay cosas que no me encajan. Son extrañas. Tu comportamiento a veces lo es también. Necesito pensar. Necesitaba unas horas a solas, Evie.

—Dime que estás bien —ordeno.

—Lo estoy.

—¿Seguro?

—Sí. De verdad —suelta una risa adorable. Puedo ver sus perfectos labios esbozando una perfecta curva—. Estoy dando un paseo por la ciudad. Pero regreso enseguida. No te muevas de la habitación.

Me giro para mirar a Dasha. La voz me tiembla.

—Enseguida, ¿a qué hora es?

Necesito tiempo para pensar qué hacer con ella.

—No lo sé, Evie. Lo que tarde en dar la vuelta.

Cuelgo el teléfono. Ni una sola mención a su encuentro con Dasha. ¿Será mentira? ¿Estará él digiriendo toda la información? Es lo más probable. Estoy en un lío de la hostia.

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora