Dieciseis

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DASHA

La conversación se me está haciendo larga. Raymond no para de hablarme de cosas que no me importan. Mojo el cruasán en mi café mientras le escucho. Le veo feliz. Ha tenido que hacer algo en este rato que ha desaparecido viniendo aquí, al apartamento. Algo relacionado con, el amor. Solo espero que no haya sido sobre esta silla, en la que estoy sentada.

—Y dicho esto —Pone un sobre en la mesa y lo acerca lentamente hacia a mí—, aquí tienes un nuevo trabajo.

Le miro frunciendo el ceño.

—¿En serio? —gruño—. ¿Aquí también?

Me parece increíble que incluso yéndome lejos, me asignen trabajos. Supongo que es lo que me toca por ser «la mejor», como dicen ellos. Me explica el servicio que tengo que hacer. Es fácil. Lo haré en media hora. Puede que menos. Es para un cliente bastante importante. Repite varias veces que no tengo que fallar en nada, que tengo que ser impecable. Más de lo que acostumbro. Nos dejará una pasta.

—Ya sabes Ray —le digo, dejándome caer en la silla—, no tienes que preocuparte de nada. Esa persona desaparecerá de la faz de la tierra, como si nunca hubiera estado.

La sonrisa de Raymond me transmite seguridad. Siempre que me mira de esa manera me siento grande, fuerte, importante. Gracias a él, el mundo es un lugar donde puedo moverme a dónde quiera. Hacer lo que quiera y como quiera. Chasqueo la lengua contra el paladar. Me atizo la camisa de cuadros y miro la hora en el móvil. Es tarde. Me levanto y miro a Raymond.

—Tengo que marcharme.

—¿A qué viene tanta prisa?

—Si se me hace tarde, me convertiré en una calabaza —vacilo.

—No era la princesa la que se convertía en calabaza, era...

—Me da igual, Ray.

—Pensaba que te quedabas —su voz suena apenada.

Agarro el pomo de la puerta y me giro antes de abrir.

—No puedo. —Hago una mueca de pena. Él hace lo mismo—. Tengo... algo realmente importante que hacer. Te lo explicaré en otro momento.

La puerta del ascensor se abre. Pulso el botón de la planta en la que sé que está Evie y me atuso el pelo. Estoy nerviosa. Es un nuevo encuentro con ella. No sé cómo va a reaccionar al verme. ¿Habrá hablado Milo ya con ella? ¿Le habrá contando nuestro encuentro? Me muero de curiosidad por saber cómo ha justificado que me apuñaló. ¿Qué ropa llevará? La puerta se abre. Me adentro en el largo y ancho pasillo. Habitación número 340. Cuando llego frente a la puerta, tomo una gran bocanada de aire. Meto la mano en el bolsillo del pantalón. Saco la llave magnética y la luz de la puerta se pone verde.

—Buongiorno amore mio!! —grito a pleno pulmón entrando de golpe a la habitación. La puerta da un violento portazo a la pared. La pintura se cae.

Evie, que está organizando la ropa, se gira. Los ojos a punto de salirse de las cuencas. Menuda sorpresa le he dado. Está sola en la habitación. Cosa que agradezco.

—¿Qué coño...? —murmura. La camiseta que lleva en la mano, se le cae al suelo. No puede cerrar la boca y sé lo que está pensando. Quiere echar a correr de un momento a otro. Como siempre. Le gusta eso de jugar al ratón y al gato conmigo. Alzo las manos, para hacerle ver que no estoy armada. Ni pistola, ni cuchillo. Nada. Avanzo un paso, con la mejor de mis sonrisas. Está guapa. Está muy guapa. Camiseta negra de tirantes y pantalones vaqueros que le hacen un culo de miedo. No se lo veo desde aquí, pero me lo imagino.

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora