Veintiuno

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Antes de empezar

Mil perdones a todos por mi ausencia, estoy bastante liada con el trabajo. Hago lo que puedo, chicas jajaja LO SIENTO.

DASHA

Han pasado tres semanas desde que disparé el gatillo y vi cómo Evie caía muerta al suelo. No han sido las tres mejores semanas de mi vida, tengo que decirlo. La imagen de esa mujer tan..., sexy, cayendo al suelo, ha estado en mi cabeza todas y cada una de las noches. No fue fácil asumir que la he perdido. Al fin y al cabo, fue la única mujer que me hizo sentir algo, que me entendía y que..., me aceptaba tal y como soy. Evie ha sido una gran aportación en mi vida. La echo de menos. Cada noche, cuando voy a dormir, me acuerdo de su preciosa cara. De esa extraña química que teníamos. Me frustra pensar en todas las cosas que podíamos haber hecho y no hicimos. Iba a ser mi compañera de viaje perfecta. Ella y yo. Un dúo inseparable. No puedo evitar sonreír cuando me acuerdo de cómo mató a ese hombre con el hacha. ¡Una maravilla! Siento un vacío dentro de mi pecho desde que no está, y no sé si podré llenarlo.

—Eres difícil de reemplazar, Dasha —dice Raymond después de un rato en silencio. Estamos en el salón de nuestra casa, esperando el café—. Y que sepas que te tienen en el punto de mira desde lo de Roma.

«Lo de Roma», es el disparo a Evie. Parece que algún miembro de «The black lake» se enteró que ando disparando a gente que no tengo en la lista y se chivó.

—Están dispuestos a darte lo mejor de lo mejor —anuncia el viejo—. Más dinero, viajes, una casa propia.

Esbozo una sonrisa y le miro, deseosa de escuchar más.

—Eres muy buena, Dasha —afirma. Veo orgullo en su mirada. Orgullo de entrenador que ve ganar el partido decisivo a su jugador—. Eres muy grande. Tienes una carrera brillante por delante. Lo estás haciendo genial.

—Sé que me aman —le digo, esbozando una sonrisa.

Raymond me tiende un sobre encima de la mesa. Otro nuevo trabajo. ¡Otro más que añadir a la lista! Lo miro unos segundos. No quiero cogerlo. Pero debo de hacerlo. Lo abro con cuidado y descubro el nombre que hay en él. El viejo me explica por encima de quien se trata. Cosa fácil. Lo dejo caer sobre la mesa y resoplo. Este me mira, extrañado.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—Dasha.

«¡Estoy cansada de esto!», quiero gritarle. Pero no puedo. Simplemente no está permitido quejarme en voz alta. Si quiero terminar con siete cuchillos en el cuello y una bala en la cabeza, entonces sí.

—Estoy bien, Raymond. Demasiada tensión acumulada, quizá —miento.

—Te conozco —suspira—. Aún no te has sacado a esa mujer de la cabeza. Pero está donde tenía que estar. Tarde o temprano, acabaría así.

Tengo que apretar con fuerza la mandíbula para no gritar de rabia. No soporto que me hable de Evie. ¡No lo soporto! Le agarraría del cuello y le apretaría tan fuerte, que le dejaría morado como una uva.

—Estás cerca, Dasha —me dice—. Estás muy cerca de conseguir todo aquello que quieres. Pero tienes que seguir las reglas.

¿Por qué me tiene que recordar esto ahora? Me he saltado las reglas un par de veces en mi vida. No es necesario que me lo diga. ¿Ya no se fía de mí?

—No puedes salirte de lo establecido.

Ruedo los ojos, aburrida de escucharle.

—Hoy estás muy pesado.

—¿Yo, pesado?

—Sí.

—¡Y me llama pesado! —me mira, rabioso—. ¡Estoy intentando salvarte de tí misma! Te aguantas si me pongo un poco impertinente. Te quiero, Dash. Mi misión es protegerte y darte lo mejor.

Suspiro. No le miro. Quiero que acabe esta conversación de una vez por todas. Quiero tomarme mi café e irme de aquí.

—Este es tu último trabajo antes de descansar una temporada —explica señalando el sobre—. Quieren que descanses para que estés al cien por cien. Después quieren verte, para hablar de un posible ascenso. Les gustas mucho, Dash.

Esbozo una tímida sonrisa.

—Cuando sea tu jefa, tú serás mi favorito —vacilo—. Los demás, te odiarán.

Raymond se echa a reír y me mira de soslayo. La idea de que pueda colocarme por encima de él en la escala de esta empresa, no le gusta demasiado, puedo notarlo.

—Tengo que irme, Ray —Me levanto de un brinco de la mesa, como si me hubiera picado algún insecto. Él me mira, desconcertado—. Tengo que hacer una cosa.

—¿Qué cosa?

—Una cosa. Es personal —murmuro—. No te metas en mis cosas.

Este asiente, pidiéndome disculpas. Sin decirme nada más, me deja marchar.

Lo que quiero y necesito hacer, es ir a casa de Evie. ¿Qué será de la vida del estúpido de su maridito sin ella? ¿Cómo se llamaba? ¿Milo? Seguro que está muy triste. Una vida sin esa mujer, tiene que ser insufrible. Me muero de curiosidad por verle, saber qué piensa, qué siente. Si ha conocido a alguien ya en estas tres semanas de ausencia de su mujer. ¿Habrá cambiado la decoración de la casa? Muchas preguntas sin respuesta.

Me planto frente a la fachada y tomo aire. He estado aquí muchos días, muchas horas. Siento un pinchazo en el corazón. Adoraba cuando me colaba y la carita asustada de Evie aparecía. Esa cara de «por favor, no me hagas nada». Nunca creyó que de verdad no quería lastimarla. Yo solo..., quería estar con ella. Compartir mi tiempo con ella. No tardo mucho en entrar. Hay silencio. La televisión está puesta y una luz tintinea en el salón. Milo tiene que estar viendo la televisión. ¿Se habrá dejado barba? ¿La tendrá descuidada? ¿Olerá mal? ¿Tendrá cajas de comida para llevar por el suelo? No me extrañaría que lo tuviera todo echo un vertedero. Seguro que estará viendo la tele, borracho, con unas ojeras que le llegan hasta el suelo y con la baba colgando.

Mis pasos son tan sigilosos que no los escucharía ni un perro. Todo gracias a Raymond y su minucioso entrenamiento. Me adentro por el pasillo, antes de asomarme al salón, prefiero meterme a la habitación de Evie primero. Ya le veré la cara al estúpido, después. Me gusta estar en su habitación. Me tumbo en la cama y me pongo el cojín donde solía dormir en la cara. Todavía huele a ella. Respiro profundo y esbozo una sonrisa. Es agradable. Sobre la mesilla hay unos pendientes. Los agarro, los acaricio. Los llevaba el día que la conocí. Puedo recordarlo. En el suelo hay un pijama. Es de osos de colores. Lo agarró y lo aprieto contra la nariz. También huele a Evie. «Oh, bella y preciosa Evie. Ojalá estuvieras aquí». Arrugo la camiseta y me la guardo en el bolsillo de los pantalones. Me la llevo. Será un bonito recuerdo. Sobre todo mientras dure el olor a su perfume, a su cuerpo.

Me quedaría aquí durante horas. Imaginándola entrando por la puerta, cambiándose de ropa, tumbándose en la cama, junto a mí. Una sonrisa se apodera de mi boca. La imagino rebuscando en el armario, tan grande y lleno de ropa que seguro que no se ha puesto casi nunca. La imagino dando vueltas de un lado a otro, sin ser capaz de dormir por mi culpa. La cara me cambia cuando la imagino con Milo, subiéndose a horcajadas sobre él. O él sobre ella. «Oh basta, qué asco», pienso levantándome de golpe. Es entonces cuando mis ojos quedan posados en la puerta, mi corazón se para en seco y la mandíbula cae hasta el suelo.

INFORMACIÓN

Ya sabéis (o no) que me abrí una cuenta de twitter para ir publicando cositas. Si me queréis seguir, podéis buscarme como MeryKDoyle, os sigo de vuelta. Decidme quienes sois. Es posible que también me termine abriendo una cuenta de instagram o tiktok. Pero soy malísima para las redes sociales y seguro que acaban con telarañas.

Gracias por leerme.

Hasta la próxima.

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora