Veinte

412 33 34
                                    

DASHA

Hago esfuerzos por respirar, pero el aire no pasa por mi tráquea. Tengo miedo. Miles de pensamientos de cosas que aún no he hecho pasan por mi cabeza en segundos. Supongo que esto es lo que siente la gente cuando yo acabo con sus vidas. Es horrible. Duele. Sientes cómo tu cuerpo se va paralizando poco a poco. La sangre casi no me llega ya al cerebro. Una muerte lenta y dolorosa. Pobrecita toda la gente a la que he hecho pasar por esto. Por suerte, está a punto de acabarse la agonía. ¿O quizá no?

Alzo la mirada por encima del hombro del hombre que me está ahogando. Evie llega por atrás, sigilosa. Asustada. Ha agarrado un hacha, de esas que vienen junto a las cajas de los extintores. La agarra con fuerza. Una imperceptible sonrisa se dibuja en mi boca. ¡Esa es mi chica! Viene justo cuando más la necesito. Mi vida está en sus manos.

—Hazlo —digo, con la poca fuerza que me queda. Mis ojos ya están rojos. Y mi cara, pálida.

El hombre me mira extrañado. El muy idiota cree que le estoy diciendo a él.

—¿Qué?

—Hazlo —vuelvo a decirle a Evie. No la veo muy decidida a clavarle el hacha por la espalda. ¡No tiene tiempo de pensar si está bien o mal! ¡Va a matarme!

—Cállate —gruñe el hombre, apretando con rabia.

—¡Para! —Evie no está muy segura de lo que está haciendo. Agarra el hacha con fuerza. Veo cómo le tiembla. El hombre no me suelta, pero se gira un poco para ver quien es la mujer que tiene detrás. Vuelve a mirarme, sonriendo con sorna.

—No lo hará. No es capaz.

—¡Suéltala! —Grita Evie, desesperada. Está viendo cómo se me va la vida, poco a poco.

—¿Sabes lo que vas a tardar en matarme con eso? —le dice el hombre, sin borrar esa maldita sonrisa del rostro—. Vas a tener que darme varias veces.

—¡Para! —vuelve a gritar Evie, que ya se atreve a subir un poco más el arma que porta en la mano.

—Van a salir volando pedacitos de mí —advierte el hombre—. Y eso no va a ser divertido. Te van a pillar, seguro. Será muy desagradable.

—Evie, por favor —suplico, dejando escapar un suspiro. No puedo más. Voy a caer desmayada de un momento a otro como siga apretando. Ella me mira, más asustada que nunca. Parece que se acaba de dar cuenta de que no tiene tiempo. O actúa ya, o pasaré a ser un cadáver. La idea no le gusta mucho. No lo piensa más y con todas sus ganas, le clava el hacha en el hombro. La sangre salpica mi cara y caigo al suelo, tratando de recobrar el aliento.

Evie retrocede. El hombre grita de dolor. Se tambalea. Intenta sacarse el hacha, pero no llega.

—¿En el hombro? —le digo, tratando de respirar con normalidad—. ¿Se la has clavado en el hombro, Evie?

—¡No sabía cómo hacerlo! —grita, desesperada.

Tengo que intervenir. Evie es demasiado buena. Demasiado inocente. Ahora él es un blanco fácil. No es el mismo tipo duro que hace dos segundos. Está debilitado. Le agarro de la pierna y tiro con ganas, haciéndole caer al suelo. Este no deja de gritar.

—Sácasela —ordeno—. Clávasela en la cabeza.

Evie abre los ojos como platos.

—¡Evie! —grito. Entonces esta, sin saber muy bien lo que está haciendo, agarra el mango del hacha.

—Madre mía, madre mía —murmura. Tira de ella con delicadeza, como si no quisiera causarle más dolor—. No sale. Está atascada. ¡No sale!

—¡Tira más fuerte, joder! —vocifero.

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora