Veintitrés

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EVIE

Cuando consigo convencer a mi marido de que me deje disfrutar de la soledad de mi habitación, me giro para encontrarme con Dasha, pero no está. Miro a todas partes. Se ha ido, se ha esfumado. Lo ha vuelto a hacer. Como por arte de magia, ha desaparecido sin hacer el menor ruido, sin dejar rastro. Me pone la piel de gallina que pueda ser tan sigilosa. Ese «ayúdame, Evie» saliendo de manera tan desesperada de su boca, se queda en mi cabeza el resto del día. Dasha está descubriendo que tiene sentimientos. Yo estoy haciendo que lo descubra, me está pidiendo una mano y no se la estoy dando. Es una persona tan complicada.

—¿Qué te pasa? —pregunta Milo, tras observarme durante unos minutos. Estamos comiendo en nuestro restaurante favorito—. Llevas con la cabeza en las nubes desde que hemos llegado.

—Nada. No me pasa nada.

—Algo te pasa, cariño —me agarra una mano y me la acaricia—, puedes contar conmigo.

Lo único que me pasa es que no me apetece nada estar aquí con él. Lo que quiero es ir a buscar a esa chica misteriosa y traerla del lado oscuro, convertirla en una mejor persona. Quiero..., tomarme una cerveza con ella mientras reímos y sentimos los rayos de sol en nuestra cara. Quiero que me cuente sus inquietudes, quiero saber su pasado, quiero estar con ella.

—Hay algo que atormenta tu mente —su estúpida y ladeada sonrisa aparece en su rostro. Desvío la mirada. Esa sonrisa siempre me pone nerviosa.

Por suerte para mí, la camarera nos interrumpe. Se inclina hacia mí y me dice algo en el oído, antes de darme una nota. Milo frunce el ceño. Está incluso más desconcertado que yo. El pulso me tiembla, no puedo abrirla aquí, delante de él. Sé que es de ella, tiene que serlo. Dasha está aquí y quiere jugar a ponerme en un aprieto. Me sudan las manos y mi marido me mira esperando que haga algo.

—¿Una nota? —musita.

Me encojo de hombros, quitándole importancia.

—Un admirador secreto, supongo —bromeo.

Milo mira a todas partes, como si fuera a adivinar de quien procede la nota.

—¿No vas a abrirla?

—Mejor no —sentencio—. No quiero fastidiarnos la comida. Es nuestro momento.

Pasamos un largo rato, comiendo, hablando, bebiendo. Parece que se ha olvidado de lo que escondo en el bolsillo, así que decido ir al baño para leerla. Nada más encerrarme en el cubículo, la saco a toda prisa y la abro. Está escrita a mano.

Qué guapa te has puesto para salir. Milo no merece a alguien como tú. Y tú no te mereces a alguien como él, te mereces a alguien..., como yo. ¿Qué tal está el pollo que te has pedido, por cierto? Tenemos algo pendiente, Evie, no lo olvides. Volveremos a encontrarnos. ¿Ya eres consciente del muro que nos separa? Tranquila, pronto caerá, y podremos estar juntas. PD: Pídete la tarta de tres chocolates para el postre, está de muerte. FDO: Dasha.

La boca se me ha secado. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no la he visto en ningún momento? Esta chica es un maldito fantasma, es probablemente la persona más sigilosa del mundo. La arrugo y me la guardo de nuevo en el bolsillo. Debería de lanzarla por el retrete, pero algo me dice que la debo guardar. Quizá porque es de..., ella. Tomo una bocanada de aire antes de abrir la puerta y volver a la mesa con mi marido.

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora