Diez

482 46 16
                                    

DASHA

Voy andando por la calle, completamente encogida. Me muero de dolor. Estoy haciendo presión con mi mano izquierda todo el rato. Me estoy desangrando. Sé que tengo que buscar ayuda lo antes posible, o la maldita Evie habrá acabado con mi vida. No esperaba que fuera tan valiente, la admiro. Me gusta su carácter. Me gusta cómo ha conseguido clavar el cuchillo en mí. Apunta maneras. Pero odio con todas mis fuerzas que haya hecho esto conmigo. Precisamente conmigo. ¿Qué parte de que venía a protegerla no ha entendido?

«Oh, Evie. Me has decepcionado».

Llego hasta una columna y me apoyo en ella. Estoy exhausta. No puedo más. Me duele demasiado. Tengo las manos ensangrentadas y voy dejando rastro por todas partes. Tengo que sacar fuerzas de dónde no las tengo, para llegar hasta un lugar seguro, donde me puedan curar. Jadeo intensamente. Me está costando más de lo que imaginaba. Apoyo la espalda contra la columna y trato de respirar con normalidad, de calmarme. Pero no puedo, duele. ¡Joder, duele! Me estoy muriendo.

Sigo caminando unas calles más. Estoy moribunda. Los ojos se me van cerrando. Voy a desmayarme. ¡Un último esfuerzo! Cada vez voy más encorvada. El dolor comienza a ser insoportable.

«Aguanta, Dasha», me digo dando grandes zancadas.

Al girar una esquina, la visión se vuelve borrosa. Todo empieza a dar vueltas. Cuesta más trabajo respirar y sin poder agarrarme a ninguna parte, caigo al suelo.

Cuando abro los ojos, estoy en la camilla de un hospital. Tengo una vía puesta en la mano y parece que me han curado la herida del estómago. Aún así, duele muchísimo. Suelto un quejido de dolor cuando trato de incorporarme. Estoy un poco desubicada. Me desagrada la luz. Parpadeo varias veces para adaptar mi vista al nuevo entorno.

«¿Qué mierda llevo puesto?»

Es un pijama de esos de hospital.

Un señor con una sonrisa de oreja a oreja, entra por la puerta y queda parado a los pies de mi cama.

—¡Hola! —saluda entusiasmado.

«¿Por qué está tan feliz? Me acaban de apuñalar».

—No deberías moverte mucho —anuncia, al ver que me estoy incorporando—. Hemos tenido que limpiar y coser la herida.

—¿Es muy grave? —pregunto en un hilo de voz.

El médico queda en silencio unos segundos.

No hace falta que diga nada, ese silencio ha sido la respuesta.

—Es una herida bastante profunda —explica—. Por suerte, ningún órgano está dañado. Necesitas antibióticos y curas.

«¿Antibióticos? ¿Curas? No puedo perder el tiempo aquí».

—Verás —sigue diciendo el hombre—, ante un caso así, tengo que avisar a la policía. Está claro que has sido apuñalada.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —pregunto, ignorando lo que acaba de decirme.

—Fue encontrada inconsciente, por una pareja, en mitad de la calle. La trajeron en su coche.

Chasqueo la lengua y asiento.

«Así que hay gente con buen corazón».

—¿Recuerda algo antes de ser apuñalada? —pregunta sacando la punta del boli para anotar mi respuesta en una libreta.

—No —. miento—. No recuerdo nada.

—Está bien. No se preocupe. Tendrá todo el tiempo del mundo para contarle a la policía lo que recuerde.

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora