Ocho

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DASHA

Me gusta desconcertar a Evie. Me encanta lo nerviosa que se pone. No tiene ni idea lo fácil que es seguirle la pista para alguien como yo. Me guardo el móvil en el bolsillo, con una sonrisa en los labios. Cuando me giro, me encuentro al viejo mirándome, de brazos cruzados, con cara de pocos amigos.

—¿Con quién hablabas?

Ruedo los ojos y paso por su lado, sin hacerle caso. Me va a dar la charla de siempre. Se niega a que conozca a gente nueva, a que haga amigos. No le gusta porque piensa que me van a terminar pillando tarde o temprano y todo se irá abajo. Pero yo sé que no. Estoy convencida de que eso no pasará, al menos no por mi culpa.

—¡Dasha! —grita enfadado, viendo cómo me alejo por el pasillo—. ¡Dash! Ven aquí. Mírame cuando te estoy hablando.

Antes de entrar a mi habitación me giro para mirarle. Espero impaciente a que siga hablando. Lo estoy sacando de sus casillas.

—Ven aquí. —Ordena arrugando el ceño—. Dash. No lo repito otra vez.

A desgana, me planto frente a él, me cruzo de brazos y espero a que me pegue la charla, otra vez.

—No me gusta que hablas así con la gente.

—¿Qué tiene de malo, joder?

—Sabes que es peligroso. Muévete con los de nuestro círculo.

—¡Genial! —digo sin entusiasmo alguno—. Me tengo que relacionar con locos psicópatas que han matado a más gente que yo a lo largo de su vida. Es súper divertido. ¿Por qué te aterra tanto la idea de que me relacione con personas fuera de nuestro ámbito?

Él no me contesta. Mantiene la mirada fija en mí, mostrando una figura de autoridad.

—No tienes idea de nada —murmuro acercándome un paso más a él—. No sabes nada de este «juego». Sé cuidarme solita, Raymond.

El viejo chasquea la lengua y asiente con la cabeza. No tiene duda de que sé hacerlo. Pero eso no quiere decir que no me tenga que parar los pies cuando cree que voy muy lejos.

—Sea quien sea esa persona, ni se te ocurra traerla aquí.

Sonrío de lado y le miro haciendo una mueca, me ha ofendido. Al último sitio donde llevaría a Evie, sería a esta casa. Y mucho menos con Raymond por en medio. Hay miles de sitios mucho mejores.

***

—Tres minutos —dije dejándome caer en el sofá—, cronometrado.

Raymond me miró fascinado. Agarró el reloj que había dejado sobre la mesa y vio el tiempo. Efectivamente; tres minutos.

—Cada día eres más buena —me dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Me encantaba verlo así de sonriente, así de orgulloso. Un latigazo de emoción recorría mi interior.

—¿Cuál es el record?

—No me acuerdo. Quizá segundos.

—Lo superaré.

Raymond soltó una carcajada.

—Matar por completo a una persona en cuestión de segundos, es más difícil de lo que piensas.

Me incorporé en el sofá y me señalé el pecho con ambas manos.

—¡Pero soy yo, Ray! —le dije abriendo los ojos como platos—. Puedo hacerlo. Sabes que puedo.

Raymond se sentó a mi lado, rodeándome con su brazo. Me estrujó contra él y me besó la cabeza.

—Eres una persona maravillosa, Dash. Siempre lo he sabido. No me puedo creer que ya tengas veinte años. ¿Te he contado alguna vez por qué fui directo a ti en el orfanato?

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora