Diecisiete

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EVIE

Dasha se ha puesto una peluca castaña de pelo ondulado y cambiado de ropa. Lleva una chaqueta negra y unos pantalones ceñidos. Se ha maquillado un poco, resaltando sus ojos verdes. Camino detrás de ella, en silencio. No tengo ni idea de a dónde vamos. Tampoco me he atrevido a preguntar. Ha venido hasta Roma, supuestamente por mí. No es cuestión de hacerle muchas preguntas, se puede enfadar en seguida. La sigo tan de cerca que no me da tiempo a parar cuando frena en seco. Nos chocamos. Ella se gira. Nuestras narices se rozan. Ella se ríe.

—No te preocupes por él.

La miro con el ceño fruncido.

—Milo. —Aclara—. Está bien. Volverá en seguida al hotel. Puede que te llame. Pero no pasa nada. Estás en buenas manos.

Me guiña el ojo antes de girarse y continuar caminando.

—Tampoco te preocupes por lo de la calabaza —escucho que dice—. Era mentira.

Agacho la cabeza para ocultar una gran sonrisa. Si le quitas el lado que da miedo, esta chica es genial. Haríamos una amistad estupenda, estoy segura.

—Me estás acompañando a mi primer servicio después de tu... apuñalamiento.

—¿Qué?

Esta me mira, risueña.

—Lo que oyes. Lo vivirás en primera fila.

—Dasha, yo...

No puedo seguir hablando. Me estampa su gran mano contra la boca y me pide silencio haciendo un fuerte «ssshh».

—Hemos llegado —me mira de reojo, sin mover un centímetro la cabeza. Sin apartar la mirada de la fachada que tenemos delante—. Tranquila, te llevarás comisión.

Me apresuro a entrar detrás de ella. ¿Qué estamos haciendo en una peluquería de hombres? ¿Cómo va a llevar a cabo su plan de liquidar a quien quiera que tenga que liquidar? Ya tuve el «placer» de verla asesinando a Mar Limoy, no quiero verla matando a otra persona. Me gusta dormir por las noches. Nada más poner un pie en la peluquería, Dasha ha cambiado su personalidad. Ha ocultado su acento ruso a la perfección. Se mueve, expresa y habla de otra manera. Es extraño. No veo a Dasha por ninguna parte. Cuando se quite la peluca, el maquillaje y lo demás, serán incapaces de reconocerla. Nadie señalaría a Dasha como asesina, porque no la han visto por ninguna parte. Me parece digno de admirar. Todos los hombres la miran, discretos o no. Es una chica que llama la atención. Y mucho más ahora, que está fingiendo ser toda una diva, altiva.

—Perdone —se dirige a uno de los peluqueros, que está cortándole la barba a un señor—, ¿el señor Hume?

—Buenos días —Me sorprende que hable nuestro idioma. Pero lo que más me sorprende, es que Dasha ya lo sabía—. Se encuentra en su sala privada.

—Soy Charlotte, su estilista.

—Sí, le está esperando, señorita.

Dasha se gira y me señala con la mano.

—Y ella es Megan, mi ayudante.

Ha dicho mi nombre falso con tanta rapidez y naturalidad que hasta yo me he creído que soy Megan. El hombre me hace un gesto con la cabeza, a modo de saludo. Hago lo mismo, siguiéndole el juego a esta loca que está a punto de entrar a matar al tal señor Hume. Pasamos por una sala vacía. Dasha empuja una puerta que a penas se ve. ¿Cómo sabía que estaba ahí? Anda con tanta naturalidad por el espacio, que parece que lleva viviendo aquí desde que vino al mundo. Una puerta de madera de roble se pone en nuestro camino. En ella se puede leer; «sala privada». Es aquí. Al otro lado debe de estar el pobre señor Hume, disfrutando de los pocos minutos que le quedan de vida. Dasha empuja la puerta, con la misma «delicadeza» que ha empujado hace un instante la de mi habitación.

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora