Cinco

578 45 17
                                    

DASHA

Abro la puerta de casa para encontrarme con el viejo canoso al otro lado, está esperándome de pie, de brazos cruzados.

—¿Dónde coño te habías metido?

No le hago caso. Paso por su lado, como si no existiera y me dejo caer en el sofá. Él viene detrás, insistente con su pregunta.

—He salido a tomar algo.

—¿A tomar algo? —resopla desesperado—. Te he dicho mil veces que no quedes con nadie, Dasha.

Ruedo los ojos. Estoy harta de que me diga lo que tengo que hacer, de que me controle de esa manera. Creo que sé lo que tengo y lo que no tengo que hacer. Soy bastante mayorcita para eso. Sé lo que me conviene.

—Es una amiga —explico—, la conocí el otro día.

—Basta —su voz suena tajante—. No puedes ir haciendo amigos como sino pasara nada.

—D eja de decirme lo que tengo que hacer.

—Hay unas normas —refunfuña sentándose a mi lado. Le hago un hueco, moviendo los pies—, no puedes saltártelas de esta manera.

—No va a pasar nada. Nunca me pasa nada.

—Hasta que te pase —me mira preocupado—. No nos la podemos jugar así.

Hago un gesto con la mano, quitándole importancia a lo que está diciendo. Estoy muy segura de mí misma. Si yo no quiero que pase algo, no va a pasar. Sé escabullirme. Sé desaparecer en el momento oportuno.

—Toma. —Me tiende un sobre, lo agarro y le miro. No me gusta cuando me da estos sobres—. Este es el siguiente.

Lo abro sin ganas, para sacar el papel que va dentro. Hay un nombre escrito, que no me suena de nada.

—Es un empresario —explica—. Será fácil.

—Joder —me quejo, lanzando el sobre a la mesita de al lado—, no me gustan nada las oficinas.

—Confío en tí —se levanta del sofá para ir a su habitación, pero antes de desaparecer, se da la vuelta para mirarme—. Espero que no estés dando tu verdadero nombre a la gente que conoces.

—¿Por quién me tomas? —pregunto ofendida—. ¿Por una novata?

En cuanto el viejo desaparece, me acomodo en el sofá, quitándome las botas. Quedo mirando al techo, pensando en mi siguiente trabajo. Mañana será un día complicado. Por mi cabeza pasan todos los trabajos anteriores que he hecho. Esos duros trabajos que me han costado sangre, sudor y lágrimas. Empiezo a estar harta de todo. Harta de esta asociación. Harta del viejo y harta de mí misma. Resoplo y cierro los ojos. La cara de esa mujer llega a mi mente. Evie. Tendría que estar muerta. Tendría que haberla matado. Si el viejo gruñón se entera de que me vio matando a Mar Limoy y no acabé con su vida de una manera rápida y eficiente, tendré graves problemas. Debería de estar muerta en aquel contenedor de basura donde se encerró. Pobre idiota. No tenía ni idea de que esconderse ahí fue lo más absurdo que ha hecho en la vida. Aunque a decir verdad, conmigo no tenía escapatoria. Daba igual donde hubiera ido. La hubiera encontrado, seguro.

Me doy cuenta de que estoy esbozando una imperceptible sonrisa pensando en ella. Abro los ojos y frunzo el ceño. He conseguido sorprenderme a mí misma.

«¿Qué está pasando?»

—¡Dasha! —grita el viejo desde su habitación.

—¿Qué?

—Duérmete —ordena—. Te quiero al cien por cien para mañana.

—No te preocupes.

—¡A dormir! —grita.

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora