Diecinueve

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DASHA

Raymond me mira fijamente. Saca la mano de su bolsillo y me tiende las llaves de un coche. Las cojo de un manotazo y espero a que me diga algo. Me tiende un sobre. Otro dichoso sobre más.

—Aquí tienes, Dash.

Lo cojo a desgana y ruedo los ojos.

—¿De qué mierda se trata esta vez?

—Oye, no hables así —dice con rostro serio. Le he roto su corazón de tipo duro—. Este también es importante.

—¿Queréis dejar de darme gente importante? Me dan... repelús.

Raymond se echa a reír.

—Es gente de dinero —explica—. Claro que dan repelús. Dash, este tienes que hacerlo bien. Está en juego tu ascenso.

Abro los ojos como platos al escuchar esa frase. Mi boca dibuja una sonrisa. Un ascenso es algo con lo que llevo soñando desde que entré a «The black lake».

—El motivo de que hayamos conseguido un coche —dice—, es porque tienes que ir a Nápoles.

No me sorprende que me mande lejos. He tenido que hacer cosas peores. Como coger un vuelo de horas con dos escalas, para ir a buscar a mi víctima. Este trabajo funciona así. Y no me quejo. Me gusta viajar. Conocer lugares nuevos. No todo el mundo tiene el placer de viajar por trabajo.

—He arriesgado mucho consiguiéndote este trabajo —murmura. Le pongo una mano en el hombro. Todo va a salir bien. Le estoy agradecida por su confianza—. En la guantera tienes dinero y una pistola.

—¡Genial! —exclamo—. Voy a recoger a Evie y me voy.

Raymond frunce el ceño.

—¿A quién?

Ups, quizá he dicho eso en voz alta cuando no debería. Retrocedo un paso, deseando salir corriendo.

—Dasha —dice—. ¿A quién vas a recoger?

—A nadie.

Silencio.

—¿Quién es Evie?

—¡Nadie!

—¿Es esa persona de la que te has..., pillado?

Arrugo la nariz y bufo.

—¡Yo no me he pillado de nadie, Raymond! ¿De qué vas?

El viejo está enfadado. No le gusta verme así. Sabe que esa Evie no sale de mis pensamientos y no le gusta. No quiere que mi mente esté ocupada en otras cosas. No quiere que tenga vida social, no quiere que sea feliz con otras personas que no sean él. A veces pienso que lo único que tiene son celos. Mejor que no se entere de que el señor Hume consiguió quitarse el cable del secador porque yo estaba demasiado ocupada mirando la preciosa cara de Evie.

—Dasha, no puedes llevarla contigo. —Sus penetrantes ojos me traspasan. Chirrio los dientes. Me encantaría pegarle un grito, darle un empujón y salir corriendo.

—No pienso dejarla —digo, retándole.

—Sube al coche y vete.

—No.

—¿No te marchas?

Niego con la cabeza.

—Sin Evie no me voy.

Raymond chasquea la lengua y hunde sus manos en los bolsillos de su fina chaqueta.

—¿Y si ella ya se ha ido?

Dasha WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora