25 : La carta que robó de mi buzón - (Final)

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Mi corazón no es tan indestructible como muchos piensan, mi corazón no es de piedra, ni de hielo ni de ningún material antibalas, y si no detiene eso, es imposible que detenga cosas que ni ve. Una palabra, una frase, un simple comportamiento hacen la diferencia.

Desde hace un buen tiempo deje de contar las veces que creaste heridas en mí, solo sé que cada vez eran más fuertes o simplemente dolían más porque era una herida sobre otra ya que no había espacio, y poco a poco todo se comenzó a desmoronar, era imposible que no entrara en pánico, pues, era mi corazón, lo tuve conmigo desde que nací, y cuando su dolor se volvió insoportable, el me gritaba, me decía que parara, sin embargo, yo volvía a herirlo.

«Los trozos cayeron, uno, dos, tres, cuatro».

Ya no eras mi gran foco de atención, era yo, era mi mente, mi paz mental y mi pobre corazón que no dejaba de sangrar, y cuando terminó de derramarse y abrí los ojos, tenía un hueco en el pecho y un dolor en el alma.

Recuerdo sentarme en el suelo con las manos ensangrentadas sobre mi rostro, y un par de minutos después comenzar a recoger los trozos para armarlo, sé que tomé el hilo y la aguja del cuarto de mis padres, y mi corazón parecía nuevamente uno, sin embargo, noté que faltaba un pequeño trozo de aquellos noventa y nueve.

Lo busqué sin cesar durante horas por toda mi habitación y la calle en donde se rompió, a pesar de ello, no lo encontré. A los días lo supe, el pensamiento había llegado de repente a mi mente y lo recordé, te lo entregué una tarde de octubre cuando te creía mi cielo, y así terminaba todo, no lo iba a buscar, porque buscarlo a él significaba buscarte a ti y exigirte que me lo devolvieras, y yo no haría eso, no volvería a suplicarte ni, aunque existiera una razón lógica para ello, me quedaría así, sin la pieza faltante que tenías bajo tu cuidado.

Eso era lo único que te mantenía cerca de mí, que te recordaba a mí, porque cada vez que dejaba algo en tu casa, me lo dabas antes de olvidarlo, en cambio, yo aún conservaba tu suéter, el sombrero y las gafas de sol que utilicé todo el verano pasado.

Ya no lo quería, no quería nada de ti, y a veces me arrepiento de no haber sido un poco como tú, de no querer las cosas con el alma, de quererlas con el cuerpo hasta que las caricias se vuelvan repetitivas y los susurros ruidos.

Ya no quiero caos, ruido, ni bruma, ya no quiero sentir tormentas enteras de principio a fin dentro de mí, ya no quiero el vacío en el pecho con mi corazón en la mano, lo que realmente quiero ahora es que me devuelvas a quien solía ser antes de ti.

FIN.

Novecientos noventa y nueve trozos  (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora