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Regresó derrotado, había perdido en más de una forma. El emperador, aquel que podía tenerlo todo se dio cuenta de que en verdad en algún punto incluso lo que poseía no lo llenaron como esas caricias de aquel ser que tenía forma de su antiguo maestro.
El espejo en su habitación fue roto en pedazos por tener la osadía de reflejar su propia mirada anhelante de regresar. Lo haría, quería volver a ese mundo pero el pensamiento de dejar todo lo que había ganado era mejor remedio para regresarlo a la realidad que unos pedazos de vidrio en su mano aún no curada.
Poco fue el tiempo que pasó en esa dimensión pero el daño en su mente destrozada no reflejaba esa realidad. El orgullo de tenerlo todo no era un pensamiento que contrarrestaba el hecho que esa parte débil y llorona poseía una felicidad que se le fue arrebatada.
El cuarto terminó convirtiéndose en un desastre. La destrucción y el caos del señor del harem fue oído por sus esposas que en la mayoría se hallaban escondidas para no caer en su ira. Algunas más audacez solo aún seguían afuera de sus cuartos pero nunca acercándose a la habitación de su señor pues incluso los demonios saben alejarse de un extremo peligro.
Pero ese era el caso para aquellos cuyas mentes estaban sanas. Aquella esposa que aún creía buscar a su hijo quiso salir del cuarto donde la capturaron de nuevo otras de sus compañeras.
No sabían por qué ella logró salir, ni por qué quería ir con su señor. Ning Yingying había perdido aún más la cabeza cuando aquel con el rostro de su esposo llegó. Se habían confiado y la permitieron salir pensando que eran ordenes de su señor, solo para darse cuenta del engaño cuando este actuó tan tranquilo y sin el morbo de tocarlas o incluso rechazándolas.
De vuelta a la habitación del soberano, Binghe volvió su vista a ambas espadas. Él lograría alcanzar esa felicidas que el mundo le robó. Siempre ha desafiado a su destino y ganado, esta vez pasaría lo mismo.
Y si eso no sucedía. Él cambiaría la historia, haciendola hundir y moldearla como sus propios deseos deseará.
Él era, después de todo, el protagonista de este mundo.