¿Y si cambiamos un poco los acontecimientos que nos llevaron a la soledad? (1)

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En una casa de bambú, donde todo debía dar comienzo, un pequeño loto no parecía tan entusiasmado como originalmente debía mostrarse. Estaba con la cabeza baja ante el señor del pico que sería su profesor, quien lo había escogido para educarlo, alguien descrito por su apariencia como admirable. Pero el chico no podía pensar en nada de eso, ya que le faltaba su preciada reliquia que había jurado proteger.

Cuando vino hacia aquel lugar intentó tener las esperanzas en alto, mantenerse positivo de ser un cultivador, pero el único recuerdo de su preciosa infancia fue hecho trizas delante de sus ojos y él no pudo hacer nada. Intentó pelear para que unos niños, de mejor apariencia que él, se lo devolvieran pero fracasó. Aquel suceso hizo que todos sus sueños se comenzarán a resquebrajarse, incluso casi no tuvo reacción cuando pudo pasar las pruebas, aunque su sonrisa se acentuó cuando lo que le hicieron eso no pudieron.

La presencia del inmortal aún lo asustaba porque reconocía por lo poco que sabía que los cultivadores eran fuertes. Pensó en esa cima, imaginándose que si fuera más fuerte podría haberse defendido. Ahora tenía ropas nuevas y aquel mayor le había pedido que le dijera sus razones por las que vino. Imaginó a su madre, en hacerle orgullosa. Lo iba a decir pero nada salió de sus labios.

No podría desear eso cuando no pudo proteger su recuerdo.

Entonces esa rabia, aquella impotencia que sintió en su llegada a una nueva oportunidad para ser mejor, lo envolvió como la piel fría de una serpiente. Su alegría se desenfocó y su postura no fue tan segura pero dijo con decisión:

-Deseo ser fuerte. Fuerte para defenderme, fuerte para no ser intimidado, fuerte para proteger lo mío.

Sus manos arrugaban una parte de su túnica que cubría sus rodillas que se acentaban en el piso. Sus uñas sintiéndose a penas contra su piel, aquellas palabras eran demasiado egoístas pero no podía retractarse cuando estaba frente a un inmortal más poderoso que un simple niño sin familia.

No hubo respuesta. Asustado pensó que lo arruinó tanto para ser echado de aquel lugar que le abrió las puertas, pero no tenía la voz para decir lo contrario. El peso de su tonta valentía se amontonó junto a la culpa de ser débil. Cada segundo solo podía oír su propia respiración y mirar las grietas del suelo después que bajó su rostro al final de sus valientes palabras. Así estuvo hasta que oyó la voz del cultivador por primera vez.

-¿Qué haces allí? Sirvemé el té.

Era un tono frío que te llegaba a los huesos. Se levantó con cuidado pero se apresuró al ver la mirada helada de impaciencia del cultivador de verde.

Tembló mientras le servía té y se lo acercó, como un creyente entregando una ofrenda a un dios. Pronto el suave calor de la taza abandonó sus lastimadas manos en un silencio que solo hizo que formulará más preguntas que respuestas.

El sonido de agua cayendo se oyó fuerte a su lado salpicándole algunas gotas donde estaba arrodillado. Aún estaba algo caliente, a pesar de ello no se movió porque aquel no le había ordenado eso.

- Si quieres serlo. Ese es tu problema. Ahora vete.

Se levantó y fue dirigido al dormitorio de los discípulos. La mancha de té se enfrío mientras caminaba haciéndolo temblar por el ambiente húmedo del bosque.

Descansó en aquella suave cama y cuando despertó un nuevo cambio de ropa lo esperaba junto a un libro de cultivación demasiado viejo pero garabateado. Las letras se intercalaban entre unas a penas entendibles y lindos trazos envidiables.

Lo guardó consigo debajo de una de sus prendas, ya había aprendido la lección de no confiarse tan fácilmente de la gente de su alrededor, en especial gente rica.

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