Hielo (parte 5)

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Aquel débil ser se interpuso en su camino, a pesar de las heridas que claramente se le veían, cuando el corte de la espada le llevó a un mundo donde aún una versión joven suya era citado por su shizun. Marcas que solo podían ser causadas, o no detenidas, por aquel mal, vestido de verde. La rabia lo cegó, apuntando su arma para partirlo en dos, al mismo tiempo que Xin Mo rugía en su mente para que lo destruyera por completo.

Sin embargo, era como si toda la suerte que tenía no funcionará. Todo pasó tan rápido pero lento a la vez:

Aquella alimaña siendo alejada, tirada al suelo con un fuerte tirón del brazo, aquel monstruo luego de lo que hizo alzando su espada para tratar de salir a salvo, pero esta rompiéndose en mil pedazos al igual que aquel cuerpo inmortal que atormentaba su propia consciencia.

No quedó ni la preocupación que el emperador vio cuando apuntó su arma al débil, solo un charco de sangre que salpicaba a las dos figuras del cuarto y restos que no se diferenciaban. No podía dejar de ver todo ese desastre y sin importar lo sucio que su túnica estaba por esa sangre que consideraba escoria, comenzó a reír a carcajadas.

- Shizun... ¿Por qué?... Si tan solo no eligieras siempre a mi débil versión

Eran palabras de recriminación de un perdido emperador, cuyos ojos brillaban como llamas avivadas por la ira y el dolor que resonaba en su voz. No había alegría en su risa, mirando hacia el techo se cubrió su rostro con su mano sin soportar la situación.

Envuelto en el silencio de sus propios pensamientos, la ira crecía haciendo temblar su cuerpo.

-Shizun- susurró por primera vez la alimaña que estaba en la habitación junto a él, aquel cuerpo que aún estaba sentado en el piso por el empujón.

Esa criatura, que le robó a su maestro, una débil criatura. Ni siquiera podría pelear con esa edad ni con ese cuerpo contra el monstruo más débil del Abismo. Aquel niño que se acercó al cuerpo despedazado en el suelo, derramando feas lágrimas.

Aquella cucaracha que no debía tener derecho a tocar los restos. Enojado solo lo pateó, haciendo que su cuerpo se estrellará contra la pared.

-Tú, tienes la culpa. Sino fuera por ti...

Con rápidos pasos el emperador, a pesar que el niño se estaba recuperando del golpe tosiendo líquido rojizo, lo agarró del cuello de su túnica para que lo viera.

-Tú... Tan débil, ni siquiera puedes protegerlo de ti..

Le repugnaba el saber que ambos eran la misma persona, solo que aquel infante tenía rasgos que lo hacían ver falsamente inocente. Por suerte aquel niño tenía una imperfección tan visible, sus ojos. Eran tan distintos, un brillo cafe simple, que podría hacerlo confundir con un aldeano cualquiera.

Apretó su agarre a la cucaracha que parecía seguir en shock. Viendo que aquel era más grande que en su pasado. La envidia se unió al enojó, envolviendo sus manos para matarlo él mismo pero siendo interrumpido por voces tan familiares.

No parecía el demonio mayor afectado por oír el grito aterrado de una versión de su primera esposa, igual con lo paranoica que estaba desde hace catorce años lo escuchaba seguido, solo pensó en darle una lección para demostrar quien era mejor.

-No puedes salvar a nadie. Tú, no eres yo, yo a tu edad podría proteger a tu primera amiga.

El cuerpo inmovil reaccionó al shock moviéndose como un pez sacado del agua, tratando de rasguñar las manos que lo sujetaban. No hablaba pero podía leer con suma atención los ruegos que le pedía.

- ¡Ning YingYing, corre yo me encargo! - la voz lo reconocía, siempre tan molesto su antiguo acosador.

Aquel que se creía falsamente un héroe pero que cayó al suelo con la cabeza baja igual que la niña traviesa que trataba de arrastrarse.  Agarró con una mano a su pequeña versión y con la otra a la niña.

- Elige, ¿te mató a ti o a quien fue la única que te trato bien en esta mugrienta secta?

El emperador Luo nunca preguntaba cosas así a quien se dirigía su ira. Solo era para ver la desesperación aumentar en su rostro recordando como astillas su antiguo y tonto dicho de recompensar a quien solo te ayudó una vez. Aquel pensamiento apretó el cuello de la chica dejando fluir su propia energía, no la iba a matar, ya que sería solo un potencializador para que el niño tuviera más poder.

Solo hizo explotar su núcleo a penas formado tirandola en el suelo.

- No la mate, sigue viva. En cambio a ti, después de todo lo que hiciste. No puedo dejarte ir fácilmente.

Recordó que su prisión de agua estaba vacía, y aquella alimaña lo hacía enojar casi al punto de su antiguo maestro. Tomando con la mano ahora desocupada su espada y abriendo un portal que los llevó a los dos.

Dejando al discípulo principal, que por fin logró moverse, para cargar a su compañera discípula refugiandola en la casa de bambú. El miedo que sentía no podía describirlo, tal vez como un montón de hormigas recorriendo su cuerpo, yendo casi ido a buscar en el escritorio de su maestro para llamar al líder del pico. Aunque de seguro por el ruido ya venían todos en camino hacia ese pequeño lugar.

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