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Me escribió Sam, sinceramente ya no me emocionaba.

—Hola.—Dijo saludando, admito que me sorprendí, pero después no me causó nada.

—Hola.—Respondí.

—¿Cómo estás?

—Bien, ¿Y tú?

—Me alegro demasiado, yo también estoy bien. ¿Cómo te sientes?, ¿Cómo te trata la vida? —Me pareció muy raro que se "preocupara" por mí.

—Bien, ¿Y a ti?

—Yo también estoy muy bien.

—Me alegro. —Qué conversación tan aburrida.

—¿Cómo te has sentido estos últimos meses? —Obviamente no podía decirle que de la verga y tampoco creo que le importe, así que sólo respondí que bien.

—En diciembre y enero, más o menos, pero de resto, bien, ¿Y tú?

—Acabo de salir de una depresión buena, renací, se puede decir.

—Qué bueno. —Realmente no me importaba, ojalá le hubiera durado más para que se mate de una vez. —¿Y para que me escribiste?, ¿Que necesitas? —Pregunté, ya que sólo me escribía para favores.

—Al fin y al cabo, eres mi hermana, necesitaba saber de ti. —Ahí mismo quise atravesar la pantalla y estrangularlo con un cable pelado.

—Mmm, ya.

—Ajá.

Y ahí terminó la conversación, no me provocó nada más que rabia, ahí pensé que lo había superado, pero obviamente no, porque cada una de sus acciones cómo seguir presumiendo a su novia me lastimaba, o el hecho de que sólo se portaba bien conmigo para no perderme.

En esa conversación, se portó "atento" sólo para seguir teniendome ahí, porque cogió el vicio de darme cariño cuando nos distanciamos y después dejar de hablarme por varios días, sólo para seguir teniendome a su disposición para cuando se quede solo o necesite desahogarse, es realmente molesto, era su diversión.

Claramente no lo superé, esa misma noche, lloré en la madrugada, porque escuché una canción que me recordaba a él.

Sam y Mariana: Una mala historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora