IV

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Y eran dos amantes que bajo la luz de la luna se conjuraban amor eterno, pero a la salida del primer rayo del alba, él no la conocía, y ella aunque moría de amor callaba, rogando que otra noche se encontrasen en el bosque.
Fueron durante años las noches que los amantes se veían, soñaban, y se rozaban. Pero a la luz de los demás feligreses ellos eran completos desconocidos, de edades similares, de ambientes similares, pero completos desconocidos.
Nadie sabía la cantidad de amor que los amantes podían llegar a tenerse el uno al otro, solo ellos lo sabían, o al menos eso pensaba ella, porque los ojos de aquella amante irradiaban amor. Los de él, ella jamás lo supo, quiso pensar que la amaba, pero la respuesta de esa pregunta que siempre la mantuvo ansiosa nunca llegó, pues los amantes se separaron. Ella se rompió y lo que sintió él supongo que nunca lo supo.

Historias para no dormirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora