XXXVIII

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Siete años, siete años han pasado desde que bombardearon Kiev. No reconozco la ciudad en la que crecí, está irreconocible. No quedan edificios solo ruinas, pero ese es el panorama global. En estos últimos siete años todo parecía cambiar de la noche a la mañana.
Primero Rusia intentó conquistar Ucrania, todos creíamos que se quedarían ahí, pero eso parecía ser solo el principio. Nos mandaron a nosotros, al pueblo, jóvenes inexpertos que jamás habíamos cogido un arma, pensando que solo seríamos ucranianos y rusos los que emprendíamos esta batalla, sin embargo, el afán del presidente ruso por conquistar el mundo ya empezaba a denotarse. Fue ahí, en ese preciso instante, en el que todo pasó de ser muy malo a ser todavía peor. En ese momento, ideó ir a por Polonia y Rumanía; ambos países de lo que en su momento fue la OTAN, y no os preocupéis amados lectores si no reconocéis esas siglas, hoy en día es poca la gente que lo hace, los que murieron de nada sirve que las recuerden; y los que vivieron, en ese caso existen dos corrientes: o no hablan del tema, que son la mayoría; o si las recuerdan prefieren no decirlo. En cambio, yo contraria a todo el mundo, como siempre he sido, intento recordarlas.
Cuando las tropas pusieron un solo pie en esta organización todo cambió ya no era una guerra entre dos países era una guerra mundial, de esa que pensábamos en su momento que era imposible que sucediese porque nos creíamos más civilizados que en mil novecientos treinta y nueve, pero parece ser que todos nos equivocamos al pensar eso.
Kiev, al igual que el mundo entero había sufrido tantísima radiación por las bombas nucleares de ambos bandos que la única zona medianamente habitable era el interior inhóspito de África. Muchos niños huyeron a toda Europa, pero cuando la guerra se desmadró, solo los que tenían posibles vieron una salida en África y huyeron allí, en
cambio, jóvenes, de todos los géneros y países marchamos a la guerra, muchos no habíamos cogido un arma, y los pocos que lo habían hecho era porque habían ido a campos de tiro. Ninguna de las dos situaciones se asemejaba al horror que era
combatir en una guerra.
Me condecoraron decenas de veces, por asesinar a miles de personas, miles de personas que no tenían la culpa de que sus líderes no supiesen razonar y tener en cuenta los miles de vidas que perdían a diario; y eso, me llevó a ser la mejor francotiradora de ambos bandos. Sin embargo, eso no me trajo ninguna paz mental.
Apenas dormíamos por los continuos bombardeos, y cuando conseguíamos hacerlo, me despertaba todas las noches con pesadillas, no era a la única que le pasaba, muchos de mis compañeros también se despertaban horrorizados en mitad de la noche.
El conflicto duró cinco años tres meses y veintiún días, un total de mil novecientos treinta y siete días. Mil novecientos treinta y siete días de tortura, de sufrimiento.
Lucharon familias y amigos entre sí, solo porque estaban en ciudades o países
distintos.
La guerra fue tan destructiva como ninguna otra había sido, en el mundo quedábamos unos cincuenta millones de personas, una cifra escalofriante para los siete mil millones que éramos en un pasado. Se formaron pequeñas comunidades la mayoría centradas en las zonas más profundas de África, también había otras en la zona del
Tíbet y en lo que en su momento fue el Amazonas. En cambio, menos de un centenar éramos nómadas, era raro encontrarte con alguno de nosotros, éramos solitarios, y prudentes con quien nos pudiésemos encontrar. Pues, en este mundo postapocalíptico, no había amigos, solo aliados, que sabías que tarde o temprano te
acabarían traicionando, era por eso que me mantenía alejada de cualquier tipo de sociedad.
Viajaba por toda Europa visitando los lugares que siempre me hubiese gustado visitar, y al llegar a ellos, me imaginaba como se veían antes de la guerra.
Viajaba siempre con una mochila a mi espalda, y mi mejor vehículo eran mis piernas, puede que no fuese la forma de viajar más eficaz, pero si era la que me permitía apreciar los pequeños detalles y las maravillas ocultas en las ciudades.
París, Roma, Berlín, Praga, Madrid, todas grandes capitales europeas en su época, y ahora, eran edificios ruinosos con calles vacías, pero grandes secretos en su interior. Vi todas las grandes capitales, aun así, me quedaba algo por hacer, ver el
mar y bañarme en él, y emprendí mi camino.
Era perfectamente consciente que, al estar tan expuesta a la radiación, algún día moriría a causa de ello, lo que no esperaba es que ese momento llegase el día que vi el mar por primera vez, en lo que en su momento fue Grecia, en uno de mis innumerables viajes, así que amado lector, si estás leyendo esto, es porque ya no estoy, y en mi último aliento eché esta botella al mar con esta historia. Puede que jamás nunca nadie la lea, o puede que pasen horas hasta que alguien lo haga, sea como fuere, el único objetivo de este texto, era denunciar lo que el mundo sufrió.
Porque, al fin y al cabo, fue una lucha entre jóvenes que no se odiaban, por culpa de viejos que no sabían comunicarse. Y eso fue lo más triste de todo. Reclutaron a hombres y mujeres, todos mayores de diecisiete años, algunos incluso los llamarían
niños jugando a ser mayores, por culpa de unos mayores que creían que jugaban con juguetes y no con vidas. Y yo fui uno de esos juguetes de guerra, que murió viendo el mar por primera vez, a los veintiséis años.

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