CAPÍTULO II

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Se quejó ante el flash que recibió en la cara.

—Arcadio, ¿Cuándo aprenderás a abrir los e-mails del profesor? —preguntó con una sonrisa su amiga y compañera desde hace cinco años, Naira, de nuevo se había realizado ese chongo que recogía su cabello color café oscuro.

—¿Por qué no me dejas de tomar fotos y hablamos mejor? —Bajó la cámara fotográfica con su mano para apreciar mejor su rostro y no el lente del aparato.

—Disculpa, yo no tengo la culpa de que el maestro nos avisara por e-mail que esta mañana nos tomáramos el tiempo de la clase para comenzar nuestro proyecto. —Sin dejar de caminar de espaldas seguía fotografiando la cara de Arcadio.

—¿Ya sabes quién será tu proyecto? —le preguntó caminando de frente hacia ella. Ignorando su información poco importante para él.

—Sí, tú —le respondió con otro destello y una sonrisa.

Se paró en seco al escucharla.

—¿Con el consentimiento de quién? —le preguntó sin aire.

—El mío —contestó con un tono que Arcadio odiaba que ella especialmente usara con él.

—No te dejaré fotografiarme todo el día. —Le advirtió.

El proyecto establecía que se debían capturar imágenes de algún organismo viviente y presentar los mejores ángulos delante de toda la clase, por supuesto, con las principales ediciones y usando un programa que a cada alumno se le asignó.

—Te seguiré.

—Correré.

—Correré detrás de ti, ya ríndete, no te desharás de mí jamás. —Pinchó con su dedo la mejilla de Arcadio. Giró finalmente hasta darle la espalda y caminar con cierto entusiasmo.

—Yo me desharé de ti cuando presentes mis fotos en la clase —amenazó siguiéndola tranquilamente.

—Vamos. ¿Qué te preocupa? No eres muy feo.

—¿Qué dirías si yo te eligiera como proyecto, y te tomara fotos hurgando tu nariz? —la retó riendo. Esta vez fue su turno.

—Yo no me hurgo la nariz. —Su rostro no fue el más agradable en ese momento.

—Un día te la tomaré. —Ante su respuesta ella solo sofocó una pequeña risa. A veces no se aburría completamente con él.

—¿Y quién será tu proyecto? —le preguntó una vez que se sentaron en una banca del pasillo de la escuela. Para la suerte de ambos, solo los de su clase estaban a los alrededores, lo que significaba que no debían tolerar los ruidos de los demás grupos.

—No lo sé. —Colocó sus manos detrás de su cabeza. Una vez que apoyó su espalda en la pared, sintió mucho alivio.

—¿Cómo? ¿Ni una idea? —le preguntó confundida.

—Nada me inspira para presentarlo ante treinta y cuatro fotógrafos aprendices más.

—¿Qué me dices de tu mamá?

—Creo que me mataría, no le gusta que invada su espacio personal con fotos —contestó con una pequeña sonrisa, imaginando las caras molestas de su madre si solo le sacara una foto sin estar preparada.

—El espacio personal de una mujer es sagrado —le aclaró hablando por muchas mujeres.

—Lo tendré en cuenta cuando me case.

Ella lo miró fijamente por varios segundos. Volvió a desviar su mirada hacia otro lado.

—¿No te has preguntado cómo quisieras que fuera tu esposa? —le preguntó después de pensar que era un tema interesante de hablar con él. Probablemente estaba equivocada.

—Oye, eres unos meses mayor, preocúpate más. Somos jóvenes aún, bueno, al menos yo. —bromeó y en respuesta recibió un golpe en las costillas con el codo de Naira.

—Idiota.

—Lo siento. —Sin dejar de reír, miraba hacia el cielo despejado, su mirada estaba concentrada en él.

—Los compañeros de la clase irán una fiesta esta noche, vamos, son de nuestro salón —se aventuró a preguntarle o más bien a afirmarle.

—Preferiría que no —comentó Arcadio. Las fiestas no eran de su completo agrado.

—Vamos, por favor —suplicó sujetándole un brazo sonriendo. No parecía estar dispuesta a rendirse tan fácilmente.

Se detuvo mirándola.

—No —volvió a decir.

—¿Por qué siempre eres tan difícil? —Arcadio se soltó de su agarre.

—¿Por qué eres tan terca como una mula? Ve tú —le preguntó mientras ajustaba el lente de la cámara de ella, era mejor que la suya, pero nunca comparaba marcas.

—Será realmente aburrido sin ti.

—No soy la persona más divertida del planeta para que digas eso.

—No, pero eres mi mejor amigo. —ajustó nuevamente el agarre de sus manos evitándole escapatoria.

—Y como tu mejor amigo, te ahorro la humillación de verme solo sentado, en una esquina.

—Alyssa Pakismán estará ahí —su tono de voz seguía insistente.

—Me da igual Alyssa Pakismán —entonó finalmente agrio.

—Vale, vamos dos horas, ¿sí? Luego a mi casa a jugar futbolito. —Los ojos parecían brillarle en el momento en que escuchó: futbolito.

—Una hora —le respondió Arcadio.

—Una hora y media —sugirió ahora ella.

—Es un trato —dijo sonriendo de mejor humor.

—Pasa por mí a las 9. —Naira parecía estar más entusiasmada que él.

—¿Y tú por qué no pasas por mí? —le preguntó Arcadio, quería tomar ventaja de la situación, ya que él odiaba las fiestas.

—La dama jamás va por el hombre.

—Pero tú me invitaste, ¿no? ¿No sería yo la dama y tú el caballero? —Trató de sonar lo más razonable posible, en los tiempos en los que se encontraban, sería lo justo.

En respuesta Naira le dio un golpe con el morral en la espalda. Dándole la señal que necesitaba para ceder.

—Bien, iré por ti. —Su respuesta sonó a derrota completamente.

—Perfecto, almorzaré con Alyssa, ¿vienes?

—No, gracias, prefiero tomar una siesta en la biblioteca. —Quería aprovechar su media hora libre de voces y sobre todo de mujeres.

—Sí, qué divertido. Probablemente te vuelvan a decir que te vayas de ahí —dijo dándose la vuelta caminando. A veces sentía que Arcadio no era más que un libro cerrado y aburrido, una portada sin colores, ni una idea bien vendida. Y aun así alguien lo compraría.

Hyera Preludio de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora