—Me parece bien que vayas a esa fiesta —opinó su madre mientras acomodaba sus platos de porcelana en el lavavajillas, aparentemente había tenido tiempo libre y espacio para entablar una conversión con él, sus días de convivencia se reducían en las mañanas a un corto plazo debido a que tenía que llegar a tiempo a tomar el metro y su madre no se salvaba del reloj tampoco, pocas, pero contadas veces ella salía apresurada del apartamento porque la alarma la traicionó.
—Abel Malmueda fue quien la organizó —gruñó Arcadio mientras almorzaba en la mesa, él podía consumir dos o tres platos.
—Bueno, no te haría daño estar en la misma fiesta que él. —Sonrió su madre.
—Odio las fiestas y lo sabes, mamá.
—Yo también —respondió indignada. Pero Arcadio sabía que solo quería darle un falso ejemplo.
—Eso no es verdad, tú siempre estás siendo invitada a eventos.
—Bueno... quizás no tanto entonces. —Bebió su jugo natural de melón, ese día había tenido suerte en el supermercado, ya que no siempre tenían fruta tropical.
—Da igual de todas maneras, le dije a Naira que iría. —Paseó sus dedos por los cubiertos, de un momento a otro ya no tenía tanta hambre.
—Ah, sí, tu amiga es una linda persona.
—Sí, me ha sabido soportar —admitió mientras sonreía, a decir verdad, ella había tenido que soportar su mal humor por mucho tiempo, la consideraba una persona valiente o muy paciente.
—Hay dos tipos de mujeres que saben soportarte, tu mamá y tu novia. —Aquello no hizo más que confundir a Arcadio. Ese tipo de bromas no le agradaban.
—Ella no es mi novia —se defendió de inmediato.
—Podría serlo, a mí me agrada.
—A mí también, como mi hermana o algo parecido a mi pescadito dorado.
—Nunca has tenido hermana. ¿Cómo sabes cómo se siente? —le preguntó cruzando sus delgados brazos. Quería escuchar su respuesta.
—Bueno, quizás no lo sé entonces.
—Así es, Arcadio, quiero nietos. —La sonrisa de su madre le causó escalofríos.
—Quizás en quince o veinte años —respondió sin aire.
—Pero me los das.
—Sí, mamá, sí —Arcadio estaba recobrando su color natural de piel. No era un tema de conversación entre madre e hijo, resultaba ser ortodoxo. En su cabeza al menos solo divagaban planes de viajar e ir a Estados Unidos para Halloween.
Rebeca se secó las manos mientras se daba la vuelta, por fin viéndolo a los ojos, se sentó en una silla de lado cómodamente.
—¿Qué te pondrás? —le preguntó mientras llevaba sus manos debajo de su mentón sin borrar su sonrisa.
—Ropa —dijo con simpleza.
—No te vayas con harapos —le advirtió.
—No lo haré, madre.
—Ah, y regresa a las 12 a. m, —dijo mientras seguía sonriendo.
—¿Quién soy? ¿La Cenicienta? —preguntó por la hora temprana a la que lo haría volver.
—No, eres mi hijo —recalcó.
—Pero... —quiso negociar. No es como si quisiera pasar mucho tiempo en aquel lugar, pero quería jugar futbolito como había planeado con Naira.
Una mirada retadora de la pelirroja bastó para que callara.
Pasadas de las 9:30 p. m. Arcadio no se dirigía animado hacia la residencia donde vivía su amiga, después de que recibiera un mensaje de texto sobre la inseguridad que sentía el caminar sola, Arcadio pensaba lo mismo para él, pero no quería verse como un patán. Tuvo que pasar un mal rato con la encargada de vigilar la entrada, ya que sospechaba que quería algo más que preguntarle su nombre. Donde no estaba muy interesado en compartir información con ella sobre su vida.
—Te dije que pasaras por mí a las 9 p. m., y son las 9:41 p. m. —lo regañó Naira. Él no prestaba atención a sus reclamos, estaba ocupado mirando ese escote triangular de sus pezones.
—¿No están muy a la vista? —le preguntó sin pensar. En respuesta recibió un golpe en la cabeza con su pequeño bolso color gris en forma de rosa.
—Estúpido, estabas viendo mis pechos en vez de escucharme, pervertido —le dijo frunciendo el ceño.
—No es mi culpa, soy un hombre. —Arcadio se acarició la zona del golpe. No quería culparse por ser demasiado honesto.
—Idiota, es una excusa barata y machista —volvió a insultarlo, comenzando a caminar hacia las escaleras, que daban afuera de la residencia. Arcadio decidió darle la razón. Porque por dentro reconocía que era verdad.
Algo llamó la atención de Naira, entonces se atrevió a preguntar.
—¿Es esa tu cámara? —Frunció ligeramente el ceño.
—No. —Cerró el cierre de la chaqueta que llevaba encima, después de todo era una noche fría.
Ella le extrajo la cámara pesada que estaba dentro de su chaqueta, la miró un segundo y volvió a soltarla mirándolo seriamente.
—Vamos, quizás encuentre mi inspiración esta noche. —Se defendió Arcadio sonriendo. Aunque bien sabía que sus intenciones no eran esas. Quizás esa noche Abel se emborracharía y podría sacarle una buena fotografía.
Linda tarjeta de Navidad, pensó con malicia Arcadio.
Su acompañante no dijo nada.
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Hyera Preludio de la oscuridad
HorrorArcadio etiquetaba su vida cerca de lo normal, hasta el día que se vio envuelto en un escenario donde nunca pidió estar. Siendo testigo de lo que las personas categorizaban imposible y absurdo; fue obligado a vivirlo con el objetivo de recuperar tod...