CAPÍTULO XIX

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Zereny los obligó a tomar un descanso en el hogar de Zero, incluso ella se había anotado a hacer eso. Sin embargo, la noche en ese lugar era incluso aún más silenciosa que otros bosques que había logrado conocer, ni siquiera el viento era capaz de escucharse, solo el sonido de las pequeñas patas de Nie andando por la mesa de madera donde habían decidido tomar otra taza de té. Zero amablemente les ofreció recostarse en el sofá, solo contaban con uno, por simple caballerosidad, ni Arcadio ni Damián olvidaban sus modales; se acordó que Zereny debería dormir en el sofá, no se explicaron la pequeña risa de Zero ante el rechazo poco amable de parte de ella, pero no insistieron más.

La noche nunca había parecido tan estrellada como esa, o simplemente no había puesto la suficiente atención cuando lo estaba, pero Arcadio decidió culpar a las luces de la ciudad. Por su mente pasó la penumbra que vivió aquel día en el parque, ya no podía contar con sus dedos, cuántas veces al día desde que dejó su casa recordaba el suceso, sobre todo lo que pasó después de este. El apoyo de su madre y su sonrisa solo podían reflejar en sus ojos lo mucho que la extrañaba. El sueño no lo lograba alcanzar tampoco.

Sentía la punta de los dedos de los pies bastante fríos, no era algo que le molestara, a veces le gustaba sentir más frío que calor, existían soluciones simples para el invierno que un duro verano. Pero ignorando el sueño quizás profundo de Damián, decidió levantarse estirando su hombro derecho provocando un placer en el acto. No estaba seguro de que pudiera conseguir estar despierto en lugar de aguardar energías para un mañana que ni él sabía si existía. Llamó su rápida atención que Zereny estaba afuera de la cabaña solamente de pie sin nada de ropa, o al menos eso podía distinguir, su cabello cubría parte de su espalda y lo que no le permitía ver más allá. Por la cabeza de Arcadio solo pensó que ella estaba loca o quería agarrar un fuerte resfriado, entonces recordó que nunca la vio irse a dormir.

Arcadio, con los brazos cruzados y las manos debajo de sus axilas, decidió hacerle compañía o más bien hacerle más preguntas, no recordaba que los bosques por las noches fueran bastante ausentes de viento. A pasos muy lentos dándole el espacio que Zereny se merecía, ya que no quería asustarla, aunque si bien ella podía lograr eso en él más fácilmente. Incluso se preguntaba si ella necesitaba respirar para vivir.

—La noche donde solo los duendes están despiertos —dijo en un murmuro Arcadio. No llamó la atención de Zereny, pero sí logró escucharlo.

—Duendes, gnomos y hadas —concluyó ella.

—¿No tienes frío? —le preguntó esperando la respuesta más obvia.

—Los Hyera no sentimos frío —le aclaró sin mirarlo.

—No sienten frío, pero sí el calor. —Arcadio se atrevió a colocarse a un lado de ella con una distancia de un metro que los separaba.

—Sentimos el sol quemar nuestra piel, no se le puede llamar calor si te asesina poco a poco. —Arcadio era la primera vez que escuchaba su voz tan suave y honesta.

— ¿Por qué no tienes ropa? —Fue la única pregunta que se le ocurrió, tampoco ella parecía avergonzada de su piel sintética.

—En las noches lo hago, para ver si un día lograré sentir el frío. —La mirada de Zereny estaba clavada en el cielo estrellado. Por una vez Arcadio sintió un poco de empatía hacia la persona con la que estaba hablando, parecía que hablaba con una criatura la cual solo existía en los cuentos de terror que alguna vez sus vecinos le contaron cuando era más joven, una típica historia donde, si no obedecías a tu madre, te llevaban lejos.

—¿Qué tiene de bueno sentir el frío? —Los dedos de la mano de Arcadio ya se habían hinchado.

—Es mejor que solo sentir cómo te mata el sol —concluyó ella.

Hyera Preludio de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora