CAPÍTULO XXIV

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No quería pensar que sus brazos ardían lo suficiente como para dejarlo en un sueño profundo en alguna parte del suelo duro que no llegaba a ser seco. Por otra parte, sus manos habían logrado calentarse lo suficiente para levantar la espada de Zereny hacia arriba, pero las ocasiones en las que deseó hacerlo sus dedos le habían fallado, pero no tuvo fracturas. No se había percatado en qué momento sus ojos se habían adaptado a la gran oscuridad del lugar, aunque las llamas azules les ayudaban, no parecía hacerle justicia al real fuego rojo/naranja que apreciaba desde que bajó a la nueva civilización.

Cada una de las puertas parecía tener su propia historia, algunas estaban solo construidas hasta la mitad desde diferentes ángulos. Pero nunca logró ver qué había en los interiores, por lo que era difícil creer que algo las habitara, pero Zereny le garantizó que cada una de las viviendas tenía su grupo de Hyera o simplemente uno. Las ventanas formadas circularmente tampoco le ayudaban demasiado debido a la madera que cubría su descubrimiento interno.

A Arcadio le resultaba bastante difícil pasar por los caminos que ascendían y descendían de un momento a otro, causándole así una entrecortada respiración, sin embargo, no se detuvo y tampoco Zereny, quien estaba siempre a dos metros de distancia de él, eso le causaba cierta incomodidad, se había acostumbrado a su arrogante pero interesante presencia.

El objetivo de Zereny no era diferente a las demás viviendas, solo que esta era la única que poseía una cierta particularidad de las otras: su ubicación era después de cruzar un pequeño puente y un par de escalones que los guiaban a una puerta en mejores condiciones de las que ya habían podido ver, pero ese no era todo el escenario, estaba construida alrededor de una gran pared que parecía ser el fin de la ciudad, mas no lo era, pero no se dejaba de pensar eso, incluso dos antorchas adornaban la puerta. Arcadio no pudo evitar sentir la incomodidad del ambiente, además de que lo que ya sintió anteriormente.

—¿Por qué estamos aquí?

—Ella nos puede ayudar. —Zereny no lo pensó demasiado como Arcadio creyó que lo haría. Zereny ya se había adelantado hasta la entrada para golpear dos veces con su puño la puerta sin romperla, pero sí hacer bailar a las antorchas.

—Eso es demasiado ruido.

—No sueltes mi espada.

Arcadio quería nuevamente recriminar, pero la puerta que se había abierto quitó las palabras de su boca. La Hyera hembra asomó completamente su cuerpo titubeando e incluso el cristal azul en ambos ojos brillaron debido al fuego de las antorchas. Media piel artificial del cuello hacia arriba aún estaba intacta, pero sus manos negras delataban su origen de pertenencia a ese mundo, la textura de la forma de su rostro además de parecer un óvalo perfectamente estructurado, el cabello entre negro y blanco, que no podía decidirse si terminar de destruirlo o no, le daban su toque a su sumisa personalidad.

—Te volvió a rasgar la piel, la siguiente semana no te quedará nada, Amy. —Habló Zereny sin darle tiempo de responder e invadiendo su hogar. Arcadio se quedó dónde estaba.

—No puedes entrar así. —Su voz atorada pero clara parecía temerosa.

—Puedo y lo hago. ¿Dónde está él?

—No está, Zereny. Por favor vete —le suplicó.

—Zereny —la llamó Arcadio. Amy no le había prestado atención y se apenó bajando su mirada, pero decidió clavar su mirada en él.

—Lo siento. He sido muy grosera.

—Zereny, creo que la estamos incomodando. —Sin embargo, Arcadio no pudo evitar mirar alrededor de la vivienda y cómo desarrollaban su hogar los Hyera. Había una mesa en el centro de material duro y además circular, también unas cuantas sillas formadas con los mismos componentes pesados de rocas ligeramente unidas, pero no parecía que fueran frecuentemente usadas. Zereny había tomado asiento cruzando sus piernas sin dejar de observar a Amy, quien se esforzaba por mantenerle la mirada.

Hyera Preludio de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora