CAPÍTULO XXIX

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Estaba seguro de que no había pasado ni un solo día desde esa conversación, pero tampoco se explicaba por qué simplemente no lo abandonaba ahí, había logrado dormir al menos dos horas, luego de eso sintió que volvió a ser muy oscuro, pero también se olvidó del eclipse que ahora los bañaba en una posible eterna sombra de frialdad. Tampoco sabía cómo regresar por donde vino, guiado y engañado por Zereny le resultaba difícil saber cuál era su siguiente paso. Cuando existía la posibilidad de pensar en su madre, lo hacía y lloraba, como en ese momento, pero con furia se limpió los ojos llenos de agua salada.

No se había percatado de que Nie lo estaba acompañando.

—¿Qué debo hacer? —le preguntó al inocente animal.

A su vista no demasiado lejos, había una piedra de un tamaño considerablemente grande, era la primera vez que ponía atención en aquellos pequeños detalles existentes, los cuales había ignorado desde ya hacía tiempo, cada momento que pasaba entraba más en la negación, la cual difícilmente podía soportar, después de todo consideraba que Samael tenía razón. No había manera de que llegara a defenderse como deseaba. Para él no era más que otro objeto sin valor, pero no tenía nada que tomar a su alrededor.

Apartó un poco de tierra que había alrededor que provocaba un fuerte freno que le impedía moverla, no fue difícil mover la tierra de una consistencia ablandada para sus manos, solo esperaba no cortarse con las ramas.

—Esto es una locura, Nie. —Nie tuvo la suficiente fuerza para sostenerse en la espalda de Arcadio con las uñas, parecía muy cómodo y no debía ser la primera vez. Ignorando los rasguños, Arcadio tomó con mucha dificultad la gran piedra, arrastrando los pies decidió hacer su retorno no lejano a la cabaña de Zero.

Samael aún se encontraba ahí, sacando filo a su espada con una roca que seguramente también afiló de un solo movimiento Hyera. Al mirar a Arcadio regresar con Nie colgado, no pudo evitar preguntarse qué planeaba con esa gran piedra en sus manos.

—¿Qué crees que haces?

—Haré mi propia espada con esta roca.

—Es imposible que la hagas —dijo inmediatamente.

—Dijiste que debía defenderme, debo tener mi propia arma para hacerlo, no puedes negarte, es decisión mía.

—Entiendo. ¿Cómo lo harás? —Arcadio se sonrojó molesto.

—Acláramelo —pidió suavemente.

—¿Querías hacer una espada con una piedra que te encontraste por ahí y no sabes siquiera cómo? —Aquello le sacó una pequeña risa.

—Sé que los Hyera deben hacer sus propias armas.

—Tú no eres un Hyera.

—Agradezco eso.

—Los humanos tienen sus propias espadas. Usa una de esas, roba una.

—A estas alturas dijiste que la ciudad puede estar infectada de Hyera. Conociendo a tu raza, ¿qué será lo primero que tomen para dejarnos sin defensas? Además, la roca es mejor que cualquier elemento de metal. Pero no puedo hacerlo solo.

Samael aun con sus brazos cruzados miraba a Arcadio retener con sus manos aquella roca de un tamaño considerablemente bueno para un arma. Aunque decidió acercarse para acariciar con sus dedos el objeto recién encontrado por el humano.

—Interesante, esta roca es de Sub Tenebris. ¿La encontraste cerca de aquí?

—Sí. No muy lejos, no la robé. —Arcadio apenas podía aguantar el peso.

Hyera Preludio de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora