Arcadio no contaba los largos minutos o horas que habían pasado dentro de aquel vehículo, tampoco era que le interesara demasiado, también se dio cuenta de que debía haber dormido mejor la otra noche, debido a que el cansancio comenzó a llegar a sus ojos y hasta a dolerles un poco. Se giró con pereza para observar a Damián entretenido con el celular, y se preguntaba cuánto tiempo le iba a costar notar que su cargador se había quedado conectado en el enchufe de la pared de la cocina. Por suerte él no estaba interesado en usar el suyo. No confiaba en la seguridad de la ciudadanía para ayudarlo.
—Tengo hambre —se quejó Damián. Ambos decidieron ignorarlo. Pero parecía que no iba a detenerse.
—No hay nada de comer —le dijo Arcadio mirándolo.
—No pensé que me daría hambre —parecía estar en un eterno sufrimiento.
—Tendrás que esperar —gruñó Zereny.
—Sí, seguramente para ti nosotros somos el postre. —Cuando Damián tenía hambre podía volverse bastante elocuente.
—No tengo tan malos gustos por la comida —respondió sin tacto a sus provocaciones.
—Pero bien que querías deshacerte de nosotros —continuó. A lo que Arcadio comenzó a tener un ligero dolor de cabeza.
—Bueno, ya fue suficiente, solo quiero saber cuándo llegamos. —Arcadio no sonaba paciente ni tampoco hambriento, por lo que Damián decidió callar.
Zereny no respondió. En su respuesta detuvo el auto sin dar previo aviso, provocando una queja en ambos acompañantes, ya que el material del auto no era precisamente sábanas y almohadas.
—No traes patatas —dijo Damián de mal humor con una mano en su cintura, quien había sido la víctima de un golpe.
—¿Por qué te detienes? —Arcadio observó a Zereny. No había ninguna palabra de su parte.
Damián una vez que miró a su alrededor, su estómago le dolió aún más al ver un restaurante de comida china y no parecía tener demasiado movimiento como para llevarles más de quince minutos en pedir una orden y seguir de nuevo a su destino. Ahora tenía tiempo para recordar que no había tocado nada de comida desde ayer antes del incidente, y no sentía que fuera su culpa, el solo pensar que Rebeca podría estar muerta, torturada o deformada, le revolvía cada célula de su cuerpo.
—No tengo nada. —Parecía que Arcadio había leído sus pensamientos. Damián no quería aceptar esa respuesta.
—Traguen algo y regresen. —En la mano de Zereny había un billete que no notó cuando salió a la luz para ser visto por ellos. Sin embargo, era suficiente para los tres.
—No creas que voy a salir para ver cómo escapas. —Esta vez Arcadio sonó más rígido que otras veces anteriores.
—Solo no quiero escuchar las quejas del niño.
—No soy un niño —alegó Damián.
—Bien. El prematuro adulto —dijo con una sonrisa fingida.
—No es tiempo de bromear.
—¿Quieres morir de hambre? Aquí estaré, sería muy ridículo de mi parte haber revelado dónde puede estar tu madre y solo escapar. —Zereny miró a Arcadio fijamente.
Antes de que Arcadio dijera algo, su amigo ya se había adelantado dentro del restaurante y se preguntaba con qué velocidad era con la que contaba ahora mismo. No tuvo otra opción que seguirlo hasta el interior. No lograba captar su propia atención a lo que Damián estaba pidiendo para llevar. El restaurante no era suficientemente viejo ni nuevo para decir que una vez dentro tenía un poco de antigüedades que no le interesaban; pero sí había algo. Había un marco realizado con tronco de madera y los extremos ligeramente levantados con una vitrina de vidrio donde había una serie de recortes de periódico.
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Hyera Preludio de la oscuridad
HorrorArcadio etiquetaba su vida cerca de lo normal, hasta el día que se vio envuelto en un escenario donde nunca pidió estar. Siendo testigo de lo que las personas categorizaban imposible y absurdo; fue obligado a vivirlo con el objetivo de recuperar tod...