CAPÍTULO XIII

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Con las manos dentro de un balde de agua fría, mantenía sus ojos cerrados soportando la frialdad de esta, pero parecía agradarle demasiado como para haber pasado con ellas dentro alrededor de dos horas. Sus ojos de color violeta claro podían incluso cambiar de color si solo se relajaba. Los días se habían vuelto prácticamente muy grises para su gusto, la mayoría de las veces eran días húmedos, pero no tan lánguidos, a veces el sol sobre la piel de un Hyera incluso si es falsa, podía estimular los simulados poros.

—No es hora de jugar —giró su cabeza hacia un arbusto donde una vez más encontró a su bien compañero afelpado color blanco de orejas blancas para buscar un poco de comida que él especialmente le guardaba para su próxima visita.

No hacía demasiado tiempo, cuando las hojas de los árboles aún estaban un poco teñidas de un amarillo café; después de ese momento les agarró un gusto debido a su peculiaridad, había encontrado un conejo de una edad muy joven debido a su tamaño, con las pequeñas patas de atrás torcidas, como si hubiera estado luchando con una trampa y algo más, debido a que parte de su fino pelaje estaba casi perdido dejando varias zonas desnudas y llenas de sangre, alguien tenía que haber mordido demasiado fuerte y por alguna extraña razón no terminó lo que hubiera podido ser un bocadillo entre la tarde y noche. Él acostumbraba salir para recolectar al menos un par de plantas aromáticas para incluso fortalecer su propio aroma de Hyera; encontró a su extraño amigo al borde de la muerte. Un duro proceso de alimentación no sólida y vigilar que hiciera las necesidades fisiológicas adecuadas, fueron sin duda la parte más dura. Él poco sabía de animales tan pequeños, su especialidad no formalizada en una carrera, sino debido a la experiencia se concentraba en animales grandes y con la capacidad suficiente de incluso curarse solos con un poco de comida. Pero con el pequeño Nie no, necesitó más que simples cuidados de alimentación. Sin embargo, logró mantener el corazón del conejo vivo hasta que se recuperó.

—¿Encontraste algo interesante hoy? —Le daba pequeños trozos de zanahoria. Nie amaba la verdura incluso más que las semillas o los cereales que tenía solo para el animal. No esperó respuesta de parte de él, pero se sentía bien hablar con alguien que no fuera un Hyera, sino alguien que podía llegar a aceptar su existencia sin temer de ella. Observó cómo las orejas de Nie se concentraban más de lo normal hacia arriba, parecía disfrutar de la zanahoria.

No hacía más de veinte años decidió apartarse de la humedad y la oscuridad para vivir en un lugar más lleno de luz y sobre todo con mejor aroma. Hablar con Dux no fue lo más gratificante desde que hacía algunas largas décadas de las que podía contar había tenido que lidiar con los constantes acosos de algunos Hyera mucho más grandes que él, pero, solo en masa muscular, no en cerebro. Aquel día podía recordarlo más de lo que le convendría, pero sufría de una memoria fotográfica muy de la cual no estaba orgulloso, para recordar incluso las veces que tuvo que respirar aquella noche. Pero si estaba medianamente feliz, de lo que él podía llamar oficio, para ayudar a los de su especie a integrarse con una sociedad diferente a ellos. Él no consideraba a los humanos una especie inferior, a decir verdad, le interesaba mucho aquella raza de la cual tenían que estar separados por órdenes de Dux. Dux no era el mejor conversador ni tampoco el mejor en escuchar sus razones para dejar el lugar que alguna vez consideró un hogar. Sin embargo, bajo sus términos y condiciones, aceptó al final. Pero ahora no estaba muy complacido de haber aceptado, aunque el ayudar a algunos le hacía olvidar.

—Parece que no se ha muerto. —La voz de Zereny provocó que girara su cabeza hacia ella. Una sonrisa se asomó por sus labios, sin embargo, observó a los otros dos. Eran humanos.

—Qué sorpresa, supongo que tienes problemas. —Se levantó sacudiendo sus pantalones. Arcadio no pudo evitar mirar de arriba hacia abajo. No era un chico común, se veía algo bajo, de mirada amable, unas no muy notables ojeras, pero sus ojos eran lo que hacía que lo demás no importara. Ya que resaltaba cómo intentaba ocultar el color real gracias a una simple pequeña capa de vidrio.

Hyera Preludio de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora