PRÓLOGO

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Desde niño, siempre fue mi sueño convertirme en detective. Ese era el trabajo de mi padre, por lo que para mí, él siempre fue un héroe.

Siempre lo imaginaba persiguiendo delincuentes peligrosos, espías de otros países, mafiosos sedientos de poder... y resolviendo casos con una habilidad increíble. Para mí, él era el detective más grandioso que se hubiera conocido.

Lo mejor de todo es que, cada vez que podía, me permitía tocar su juego de esposas, o su placa. Era su presentación ante los sospechosos, como en las películas donde el detective enseña la insignia, infundiendo temor en el mundo del crimen. Ningún policía se le comparaba jamás, y se me hinchaba el pecho de orgullo cada vez que hablaba de él en mi escuela.

Pero es más sencillo decir que hacer, porque el día que comencé mis estudios para convertirme en detective, muchas cosas se salieron de control. Por eso nunca terminé mi paso por la academia de policía, y recordarlo todavía me hace sentir frustrado. Fue un período de mi vida que deseo olvidar, pero quién sabe, tal vez más adelante recuerde todo lo que pasó en la academia y me eche a reír como desquiciado; pero hoy no será ese día.

Sin embargo, hay algo que si deseo relatar: los sucesos que me acaecen durante mi trabajo en la Agencia de Detectives Manrique, donde soy ayudante de la única detective y dueña del negocio, Amanda Manrique. Para muchos, mi jefa es quizá la mejor detective que existe en el planeta, pero para mí, es la entrada hacia un abismo de desesperación, en donde no puedo encontrar la salida.

Recuerdo la mañana que acudí a su oficina por primera vez. Estaba muy inquieto y las manos me temblaban. Sentía que una gota helada de sudor me corría por la espalda, haciendo que los vellos de mi piel se erizaran. Estaba a las puertas del sueño de mi vida y las expectativas eran inciertas. De todas formas, me armé de valor y toqué a la puerta. La sensación era similar a la de aquel día cuando, por primera vez, mi padre me permitió tocar su placa de detective.

Escuché una tenue voz diciéndome "adelante" desde el otro lado de la puerta. La voz de la mujer que marcaría mi vida para siempre, quien me llevaría de la mano hacia una espiral de locura que sólo ella puede provocar.

Tiré del picaporte y entré, tragando saliva.

La oficina, pese a ser de mañana, estaba poco iluminada. Las persianas de la ventana estaban bajadas y apenas entraba la luz, por lo que esperé un poco para acostumbrar mis ojos a la tenue penumbra. Caminé unos pocos pasos y me presenté.

—B-buenos días. —Había un ligero temblor en mi voz—. Me llamo Fernando Salgado... recibí una recomendación de un amigo mío y deseo hablar con usted...

—Supongo que vienes a proponerme un caso —me interrumpió—. Quiero que sepas que no cobro barato, cariño. Y no hay reembolsos dependiendo del resultado. Aunque si garantizo que resolveré tu caso en menos de lo que piensas. ¡Pero pasa! ¡No te quedes ahí parado! ¿No te tomaste el café mañanero? ¡Y espero que te hayas bañado! Tienes una cara de pereza que no te la quitan ni con bocinas al oído.

Sin perder un segundo, y ametrallándome con sus grandes capacidades, la mujer me sentó frente a su escritorio de un empujón. Pasó todo tan rápido que casi no me di cuenta de lo que ocurrió.

—No vengo por un caso, señorita... —dije con algo de duda. La mujer se quedó mirándome un momento—. En realidad... me gustaría pedirle empleo.

El silencio que inundó la oficina fue sepulcral, en el que los segundos parecieron durar horas. La mujer, inerte en su sitio, mirándome como si sus ojos fueran cuchillas, penetraba lo más profundo de mi mente. Yo estaba analizando si valía la pena que me quedara sentado frente a su escritorio.

Poco después, me respondió con una sola palabra:

—Contratado.

Con esa sentencia, mi destino quedó sellado.

A partir de ese momento comenzaría mi descenso a la locura, en el que los casos que llegarían a nuestra oficina serían dignos de recordarse como una historia de terror, combinada con alguna extraña sustancia psicodélica.

Con ella, más que experiencias vivo anécdotas, y no precisamente de las agradables. Son cosas que no le desearía ni a mi peor enemigo. Por otro lado, debo reconocer que gracias a ella he podido vivir mi sueño de ser detective, al menos en parte.

Así es mi jefa: un torbellino indetenible cuando algo se le mete en la cabeza. Nunca encontrará obstáculo que no pueda superar. Definitivamente no existirán dos personas como ella jamás.

Por fortuna para la raza humana, debo añadir.

Pero no quiero provocar una impresión equivocada. No la odio. De hecho, estoy agradecido de haberla conocido. Quizá si fuera menos impulsiva y un poco más organizada, mi historia con ella ocurriría de otro modo.

A su lado hay una sola cosa segura: ningún momento es aburrido.

La Detective ImpertinenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora