27. Mampara de roble

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DAREK

Su pelo llega casi hasta mitad de la espalda cuando está mojado, parece de un marrón más oscuro. El agua cae en cascada desde la curvatura de su cintura y se cuela como un hilo entre sus nalgas. Su piel empapada me llama a gritos, somos imanes que amenazan con chocar, necesito tocarla. Como si fuera de un cristal muy fino, mi dedo índice roza con sumo cuidado su hombro y baja siguiendo la corriente por su brazo.

Da un respingo al sentir la caricia pero no se sorprende. Acepta la situación y los nervios la dominan, su pecho sube y baja por la respiración agitada. Llevo ambas manos hasta sus senos y los envuelvo, el agarre justo para que suelte del aire que la ahogaba. Deja caer su cabeza sobre mi pecho y levanta los brazos para sujetarse de mi nuca. Mis dedos juegan libres con sus pezones mientras el agua de la ducha sigue regando su cuerpo entero.

Aprisiono con un brazo su torso y pego el mío contra su espalda, la mano contraria se abre paso hasta su vientre y rompe el espacio que queda entre nuestros cuerpos. Muerde su labio inferior al sentir mi erección en su cadera. Mis dedos caminan hasta adentrarse entre sus pliegues, separándolos y haciendo que el agua caiga directa hacia ese interior.

- ¿Tenías ganas de que entrara contigo? - susurro y muerdo el lóbulo de su oreja.

Sonríe y asiente mientras trazo círculos con una yema alrededor de su clítoris hinchado y su preciosa voz gime retumbando por todo el baño. Bajo mi cabeza hasta su cuello y doy suaves mordiscos por todo el espacio entre su mandíbula y su hombro. Mis dedos siguen jugando por su vagina y, al notar la humedad densa que nada tiene que ver con el agua de la ducha, introduzco dos en su interior. Arquea la espalda en respuesta.

Todo eso, mezclado con la increíble vista de sus curvas desde detrás, hace que sienta mi miembro más duro que nunca. Lo apoyo entre sus nalgas y sus pies se ponen de puntillas, facilitando el acceso a todo y dejándome vía libre para deleitarme. Mis dedos siguen en su interior, entrando y saliendo mientras masajean en dirección a su ombligo desde lo profundo. Sus brazos pierden fuerza y los baja, me aseguro de seguir sujetando su cuerpo contra el mío. Lleva una mano hacia mi abdomen y roza la cabeza de mi pene, haciendo que palpite entero. Lo envuelve y me masturba despacio, subiendo el ritmo e igualándolo al que llevo yo entre sus piernas. Nuestros gemidos se solapan con el sonido del agua. Baja la velocidad de su mano y me dirige hacia su entrada. Saco los dedos y empujo la punta de mi sexo hacia su interior.

- Ah - gime y apoya una pano en la pared y otra en la mampara - Dios...

- ¿Quieres que pare? - mi voz sale desde el pecho.

Niega con la cabeza y, con un movimiento de pelvis, se mete mi pene casi hasta la mitad. El gusto que siento es tan intenso que debo apoyarme como ella para no perder el equilibrio. Termino el recorrido hasta el fondo y nuestras pieles se erizan a la vez. Con el agua sobre nuestra piel, parecemos hechos de pequeños diamantitos que brillan en respuesta al placer.

Salgo y vuelvo a entrar lentamente, creo que voy a estallar en mil pedazos. Subo la intensidad y ella acompaña mi movimiento con el de su cintura, volviéndome loco. Apoyo una de mis manos en ella, agarrando el vértice entre su cuello y su hombro, y llevo la otra hasta su nalga. Me ayudo con la fuerza de mis brazos y esa sujeción para embestirla más rápido y su cuerpo cede hasta quedar completamente pegado a la mampara que aguanta como si fuera de roble en vez de vidrio. Veo cómo baja su mano hasta introducirla entre sus piernas y se masturba mientras la penetro sin parar.

Su voz gritando mi nombre y el largo gemido final me indican que ha llegado al orgasmo y es lo que me hacía falta para acercarme al mío. Continúo varios segundos hasta que dejo de escuchar su voz y, cuando miro su rostro reflejado en el cristal, su expresión ha cambiado radicalmente, su puño golpea la mampara y salgo de ella sin pensarlo. Sus piernas ceden y la cojo antes de que se caiga.

- ¡Cora! - mis manos tiemblan al sujetar su cabeza - ¡Cora, mírame, por favor!

Su respiración agitada se estabiliza en un par de minutos que siento como años y, finalmente, sus ojos encuentran los míos. Las lágrimas descienden por sus mejillas mezclándose con la lluvia de la ducha y veo cómo asiente con la cabeza.

- Estoy bien - dice con un hilo de voz.

Mi mentón cae y beso infinitas veces su cabeza mientras la cubro entera con mi abrazo. El dolor de mi pecho no cede y lloro. Ha faltado tan poco...

Noto sus dedos enredarse en mi pelo y, en en ese instante tomo la decisión más importante. El poder supremo me evitará necesitar la fuerza vital y, si así lo decido, la capacidad para hacerlo. De ese modo, podré disfrutar de Cora el resto de nuestras vidas sin arriesgarme a matarla.

Seré el Rey de Icelos.

EL AROMA DE LOS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora